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((**Es14.515**) que recurrir a la violencia. La última defensa del buen derecho tenía que ser el ceder únicamente ante fuerza mayor. Nosotros nos limitaremos aquí a decir lo que sucedió en la casa principal, porque estamos mejor informados, y porque, en las demás, todo se desarrolló poco más o menos de la misma manera. El cura párroco de San José, todo el consejo de administración de la Sociedad Beaujour y un grupo selecto de nobles bienhechores pertenecientes a las principales familias de la ciudad se trasladaron a primeras horas de la mañana a San León para atender a los Salesianos y protestar con su presencia contra todo abuso y sobre todo contra la violación de los más sagrados derechos. Se echaron todos los cerrojos de la puerta que daba a la calle y se levantó detrás una barricada de tablones y muebles. Mientras tanto todos aquellos señores se reunieron en un salón del Oratorio esperando lo que pudiera suceder. Al amanecer empezaron unos curiosos a rondar el edificio; el espectáculo no era nuevo, pero siempre tenía algo de interesante. Entre los curiosos ((**It14.605**)) circulaban los emisarios de la secta, enviados allí para lanzar los consabidos gritos y dar con ellos la mentirosa expresión de lo que se llama voluntad del pueblo soberano. Sonaron las ocho; era la hora trágica. En casa todos estaban preparados, pero no se oía ningún golpe a la puerta, ningún grito en la calle, ningún toque de trompeta por los aires. Sonaron las nueve, las diez, las once, y, como no aparecía ningún fajín de comisario, los espectadores desilusionados empezaron a desfilar poco a poco. Hacia las doce, retumbaron en el atrio unos golpes secos a la puerta. El portero, un buen italiano, que tenía orden de dar el aviso tan pronto como llegara el Comisario, acercóse al agujero de la cerradura y gritó: ->>Quien es? Una voz desconocida contestó en francés con palabras que el otro no entendió. Después de un instante de silencio, volvió a oírse: -Je ne suis pas le Commissaire (Yo no soy el Comisario). Dése prisa que estoy calado como un pollo. En efecto llovía a cántaros. El buen hombre, impresionado al oír la palabra Commissaire, escapó, subió la escalera en cuatro saltos, se lanzó donde estaban los Señores y jadeante anunció: -Le Comissaire! Le Commissaire! Ellos se levantaron al momento, se pusieron los guantes, se ajustaron los trajes y, rodeando al que hacía de Director para la ocasión, bajaron y se acercaron a la puerta, golpeada furiosamente por quien pedía que se le abriese. (**Es14.515**))
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