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((**Es14.492**) pondrían mucho interés en la nueva iglesia de Roma. Tampoco le parecía que podía contar mucho con Italia, ante las desastrosas condiciones económicas del país, ante los excesivos gravámenes públicos y ante la necesidad de socorrer tantas buenas instituciones locales como pedían las nuevas construcciones políticas del Estado. No ignoraba, además, lo caras que eran las construcciones en Roma, pues ocasionaban mayores gastos que en cualquier otra ciudad de Italia. >>Y no llevaba ya sobre sus hombros un buen número de obras en construcción? Construía la iglesia de San Juan Evangelista en Turín y la de María Auxiliadora en Vallecrosia; edificaba en Marsella, en Niza, en La Spezia. >>Era prudente añadir más leña al fuego? Otro motivo para no arriesgarse era la frialdad que le parecía descubrir en el recibimiento hecho al proyecto de una iglesia en el Castro Pretorio. Habíase pregonado a los cuatro vientos que el proyectado santuario sería también un monumento a la memoria de Pío IX; todos los Obispos de la cristiandad habían sido invitados a recoger limosnas; pero, después de juntar con dificultad un centenar de miles de liras, todo se acabó sin esperanzas de más recursos. Añadíase una tercera dificultad. Si don Bosco tomaba sobre sí aquella carga, tenía que ratificar los contratos estipulados por la anterior administración, a la que, por añadidura, se concedía todavía cierta ingerencia en la obra; por otra parte aquellos contratos eran muy onerosos, como desgraciadamente solían ser cuando se trataba de obras emprendidas en nombre del Papa 1. ((**It14.577**)) Mas por encima de todas estas consideraciones humanas, se levantaban otras de orden más elevado en la mente de don Bosco; el honor de la Iglesia y el honor de la Santa Sede. Era una vergüenza que 1 Este es el lugar oportuno para repetir lo que en otra parte ya hemos escrito sobre la desconfianza con que los romanos miraban a los llamados buzzurri, o piamonteses. Ver a los piamonteses preferidos en una obra de tanto relieve no podía dejar de suscitar envidias; y, dado el estado de los ánimos, la cosa no debe causar extrañeza. En efecto, divulgada la noticia, una comisión de eclesiásticos acudió a un Prelado para que la presentara al Cardenal Vicario, como protesta contra la humillación, a la que se quería someter al clero de Roma. su Eminencia, después de escucharlos con amabilidad, no intentó contradecirlos, sino que se limitó a preguntar sencillamente si ellos se sentían con fuerzas para cargar con aquel peso, añadiendo que todavía se estaba a tiempo. Se declararon dispuestos. El Cardenal prometió cumplir sus deseos. -Con don Bosco la cosa queda arreglada pronto, añadió. Me pondré al habla con el Padre Santo. Don Bosco no tiene dificultad en ceder la empresa. Entonces ellos muy ufanos, le dijeron que formarían una comisión, preguntaron cuánto recibía don Bosco de la Santa Sede por aquella construcción. -Nada, contestó Su Eminencia, y les expuso después, en breve, la relación de los mayores gastos necesarios y manifestó su convicción de que en Roma muy poco podrían recoger. Fue una ducha de agua fría, que apagó en un abrir y cerrar de ojos los ánimos enardecidos. (**Es14.492**))
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