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((**Es14.361**) dijo que su fortuna era tal que le permitía hacer aquellas limosnas y otras más: don Bosco insistió, notando que verdaderamente Marsella tenía tantas necesidades que daba ocasión a toda clase de caridad. En conclusión, por mucho que la buena señora se ingeniaba por arrancarle una palabra, referente a sus propias necesidades, nunca lo consiguió. Al fin, se despidió don Bosco dejándola sorprendida e incierta sobre lo que debía pensar de aquella manera de proceder. La dama, fuera de sí por la maravilla, manifestó sus impresiones al párroco. íElla con tantos deseos de ayudar y don Bosco no pedirle nada! El párroco le aclaró el enigma, diciéndole que hubiera debido ser ella misma quien introdujera el tema, ya que don Bosco no pedía. Al oír esto, le rogó que le obtuviese otra entrevista con él. A la mañana siguiente, don Bosco y el párroco volvieron de nuevo a aquella casa. Reanudó la señora la conversación sobre la caridad, pero no hubo manera de arrancar al Beato una palabra sobre su necesidad de ayuda. Estaba ya a punto de irse, como el día anterior, cuando ella rompió el hielo preguntando: ->>Y usted, don Bosco, no necesita nada? -Yo, contestó él sonriendo, he menester de todo. ->>Y por qué no habla de ello? -La Providencia conoce mis necesidades. ->>Y si la Providencia me hubiese elegido a mí para socorrerle? -í Le quedaría muy agradecido! ->>Cuáles son sus necesidades? -Muchas y graves. Tenemos deudas por construcciones hechas... y nos quedan construcciones por hacer... ->>A cuánto asciende su deuda por las construcciones? ((**It14.420**)) -Ahora mismo, incontinenti, no sabría decirle. -Bien; averígüelo. -Consultaré a mi arquitecto. -Y yo seré feliz ayudándole. Se separaron con este acuerdo. Don Bosco no tardó en enviar la cuenta, que ascendía a sesenta mil francos. La señora Prat se comprometió a pagar todo, en varios plazos, antes de fin de año. En este punto, ya fuese por experiencia, ya fuera por intuición natural, don Bosco tenía cierta manera de ver particular. El razonaba así: -Cuando se pide abiertamente la limosna, se reciben diez, veinte, cincuenta liras y no más; y el que dio una vez raramente da la segunda, convencido de que el socorrido tiene que quedar satisfecho. En cambio, cuando es el bienhechor quien pregunta en qué medida puede (**Es14.361**))
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