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((**Es14.102**) aprendices tenían que servir de mampara para los estudiantes, ante las autoridades escolásticas, demasiado severas contra las escuelas privadas. Quedó establecido que para fines de mayo se ((**It14.110**)) firmaría el contrato; pero... del dicho al hecho hay un gran trecho. El reverendo Usuelli era un hombre indeciso; cuando llegaba la hora de tomar una determinación, aún quería seguir tratando. Por lo cual, cortésmente, se le hizo comprender que renunciara al pensamiento de tener allí a los Salesianos. Milán era la última etapa. La noticia de que el 9 por la tarde don Bosco llegaría de nuevo al Oratorio, llenó de alegría a toda la casa. Hacía tres meses y medio que no le veían. Aquel día, después del oficio de tinieblas (era el miércoles santo), la impaciencia general se sobrepuso a todo lo que no fuera ultimar los preparativos o contar los minutos. Don Bosco llegó a la hora de la cena. El griterío de los muchachos ahogaba las notas de la banda. Las dos largas y apretadas filas, entre las cuales tenía que pasar, para recibir el saludo de sus hijos, se deshicieron en un santiamén y no fue posible contener el ímpetu, con que todos se lanzaron hacia don Bosco y se agolparon a su alrededor. íYa podían agitarse y desgañitarse don José Lazzero, don Juan Cagliero y don Julio Barberis! Se necesitó, al menos media hora, para que don Bosco atravesara el patio, subiera a sus habitaciones y bajara inmediatamente al comedor. Sobrevino entonces ese sentimiento de tranquilidad que reina en una familia, cuando se sabe que está en ella el padre. Este cambio de afectuosos sentimientos, que unen los hijos al padre, culminó en dos momentos especiales, de místico silencio el uno, y de alegre animación el otro. El jueves santo, atardecía cuando don Bosco, en la iglesia de María Auxiliadora, delante de toda la comunidad, efectuó el lavatorio de los pies; una escena, que si bien se repetía cada año, sin embargo, siempre parecía nueva y enternecía suavemente los corazones. Por fin, el domingo de Pascua, una velada recreativa, preparada cuidadosamente para festejar el suspirado retorno, proporcionó a todos, entre cantos, música y declamaciones una hora de la más franca y pura alegría. El Beato, debido al estado de su vista, no pudo escribir cartas a los bienhechores felicitándoles las Pascuas: sin embargo, encontramos que dictó al secretario este escrito para el caballero Fava: ((**It14.111**)) Queridísimo Caballero: Llego de Roma y me apresuro a comunicarle que el Padre Santo renueva una (**Es14.102**))
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