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((**Es13.700**) -Espera un poco. He pensado encargarte de las clases del primer curso de bachillerato inferior. >>Qué me dices tú a ello? -Pero, don Bosco..., exclamó el cleriguito temblando de pies a cabeza. Yo no soy más que un muchacho vestido de sotana. íNo soy capaz, créame! ->>Pero es que no sabes todas las asignaturas del primer curso? -íHabría que verlo! -Si las sabes, también puedes enseñarlas. Además, yo te enseñaré o te diré a quién debes dirigirte para que te aconseje. En mi habitación te diré lo demás. El pobrecito salió del confesonario como si tuviera fiebre. Don Bosco le dijo en la habitación: -Mira, quito la clase al clérigo P., porque pega a los muchachos y es demasiado amigo del castigo. íCon decir que manda copiar treinta veces las oraciones! >>Qué tienen que hacer los pobres muchachos? Cuando te encuentres apurado, vienes a mí. Tráeme cada mes una de las tareas de los muchachos corregida, y haz lo que veas hacer. En la confesión semanal no faltaba casi nunca un aviso sobre la manera de comportarse con el alumnado, de rezar por ellos, de darles buen ejemplo, especialmente en la iglesia; de cómo contarles hechos edificantes, de darles ideas claras, de no hablar demasiado, sino de hacerles hablar a ellos, de cuidarse de los menos inteligentes, de recomendar a todos que se acercasen a menudo a los superiores. Le exhortaba también a trabajar para expiar los propios pecados, para adquirir méritos, para ejercitar la caridad con el prójimo, para no caer en las tentaciones. Una vez le preguntó si tenía orden en clase. -No siempre, respondió. -Mira, observó don Bosco, si quieres ser obedecido y respetado, haz que te quieran. Pero no con caricias, sobre todo en la cara o tomándolos de la mano. Evidentemente no todos los días se desenvolvían siempre ((**It13.827**)) tranquilos. Había días tristes, sobrevenía el desaliento, el cansancio: se trataba de veinte horas de clase a la semana, sesenta ejercicios diarios que corregir y diversas asistencias. Cuando no podía más, iba a don Bosco, el cual le repetía: -íFe! Omnia possum in eo, qui me confortat. (Todo lo puedo en Aquel, que me conforta). Estas sencillas palabras, proferidas como él sabía hacer, producían un efecto mágico en el ánimo desalentado; algunas mañanas, Vacchina, sorprendido al despertarse por el abrumador pensamiento de la (**Es13.700**))
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