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((**Es13.696**) sintiendo remordimiento, se confesó arrepentido de haber guardado dinero contra la prohibición de la Regla. ->>Y has seguido comulgando?, le preguntó don Bosco. -íPobre de mí!, exclamó el clérigo. >>He cometido un sacrilegio? -No digo eso. Lo hacías de buena fe: lo hacías para ayudar a los muchachos y tenías recta intención. Basta... basta... se ve que tú también eres hijo de don Bosco. A lo que parece, quiso decir: se ve que tú haces como hago yo. Con esa salida corrigió el defecto, sin dejar al alma en pena. Murieron cuatro clérigos profesos el año 1878. El primero, Esteban Omodei, era uno de los que en enero habían contraído la infección del tifus. Llegó al Oratorio en octubre de 1876, después de haber cursado en Sondrio el cuarto curso de bachiller y sufrió una gran nostalgia, que se le pasó en cuanto se acercó a don Bosco, al que eligió como confesor. <>. Dejaba de vivir pocos días después, en el colegio de Lanzo, el clérigo Juan Arata, de Liguria. Su biografía 1 está llena de sucesos que ponen a las claras su virtud extraordinaria. Una vez fue don Bosco ex profeso a verlo en Sampierdarena, donde él acababa el bachillerato. Al recibir la noticia de su muerte, el Beato escribió a don Miguel Rúa 2: <((**It13.822**)) particularmente la de Arata que era una alhaja>>. Los otros dos clérigos murieron en el mes de julio. Uno, César Peloso, de Chiavari, procedía del colegio de Lanzo. Habiendo hablado allí privadamente y por lo largo con don Bosco sobre su vocación, salió de la habitación tan decidido a hacerse salesiano, que todos los esfuerzos de sus padres para que cambiara de propósito no dieron ningún resultado. Cayó enfermo durante su tercer año de clérigo, y fue, por consejo de los médicos, a tomar los aires nativos; pero allí se agravó más. En cuanto lo supo don Bosco envió inmediatamente a don Julio Barberis, que le animó y administró el Santo Viático. El último en morir se llamaba Pablo Salvo, de cuyo apellido se servía don Bosco para animarlo en algunas penas espirituales, ya que le afligían, a veces día y noche, dudas sobre la fe, escrúpulos, y miedo a condenarse. Su mayor consuelo, entonces, era estar al lado del padre de su alma, el cual, conocedor de sus angustias, le miraba de un modo 1 Figura a la cabeza de una colección titulada: Biografías de Salesianos difuntos durante los años 1883 y 1884. Turín 1875. 2 Carta, Roma, 10 de febrero de 1878. (**Es13.696**))
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