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((**Es13.674**) El primer contratiempo tuvo lugar en San Pedro, cerca de San Nicolás, donde un viento furioso sacudió y casi desvencijó el barco. Pasaron del río Paraná al río de la Plata y, al llegar frente a la isla de Martín García, los sorprendió otro infortunio: el barco encalló en un banco de arena. Se necesitaron tres días de esfuerzos hercúleos, para que los marineros desencallaran el barco, el cual, después de surcar el Canal del Infierno entre dicha isla y el territorio oriental del Uruguay, entró en el Océano Atlántico e hizo rumbo hacia el Polo Antártico. ((**It13.795**)) Aquello fue una navegación trágica: todo lo que los pobres navegantes habían leído de miedo y de espanto en descripciones de borrascas, lo experimentaron ante los formidables y prolongados asaltos del viento pampero. Todo un día y una noche se prolongó la gran furia del ciclón; pero, mermó un poco la violencia y se encontraron dando tumbos en alta mar y a merced de las olas siempre revueltas, sobre un barco sin velas, sin borda, sin timón y casi a cien millas de la costa del Cabo Corrientes. Preguntados los hombres prácticos del Océano, decían que toda esperanza de salvación estaba perdida. Los tres sacerdotes, encerrados en su camarote y chapoteando en el agua, se confesaron mutuamente, invocaron a María Auxiliadora, y esperaban, de un momento a otro, que el vapor se estrellase contra un escollo o se destrozase, y les abandonase a su destino; pero no dejaban de animarse recíprocamente a hacer el sacrificio de la vida por el bien de la futura misión. Varios días y varias noches duró la lenta agonía. La noche del día 15 fue infernal; tanto que se hicieron la recomendación del alma. A la mañana siguiente, cambióse la escena: apareció el sol, calmóse el mar y renació la esperanza en los corazones. Por cuarta vez, se preparó como se pudo, con viguetas, un timón de salvación, que, apoyado y encadenado a popa, impelía el maltrecho Santa Rosa hacia Buenos Aires. Después de tres días de navegar de este modo llegaron ante la playa. Puesto pie en tierra y rehechos de la turbación, todos, desde el capitán hasta el último marinero y todos los pasajeros, sin excluir algunos que en la calma habían hecho gala de incredulidad, se dirigieron a la iglesia con sus familiares para cantar el Te Deum. Cuando el señor Arzobispo oyó los detalles de la tremenda tempestad, voló con el pensamiento hasta don Bosco y, tomando la pluma, le escribió la preciosa carta, que copiamos a continuación. ((**It13.796**)) Muy Rvdo. y queridísimo amigo don Bosco: Esta carta llegara a sus manos, precisamente un año después de cuando estuvimos juntos en Génova, en Roma y, especialmente, en Turín, que viven siempre en mi (**Es13.674**))
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