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((**Es13.664**) Argentina, ya fuera por las revoluciones interiores, atravesaba una verdadera anarquía. Pío IX había delegado en octubre de 1876 a monseñor César Roncetti, nuncio apostólico ante el emperador del Brasil, para tratar con el presidente Juan Bautista Gill, primer presidente algo tratable después de tantos otros violentos, y ver de remediar tan funesta situación 1. No había entonces en Paraguay más que una diócesis, audazmente administrada por un desgraciado que había matado al Obispo. Las gestiones marchaban bien, cuando he aquí que el presidente Gill fue víctima de un asesinato, del que no andaba ajeno el renegado eclesiástico que acabamos de citar. Una vez fallecido aquél ante el cual estaba acreditado monseñor Roncetti, acabó también la misión. Entonces Pío IX ((**It13.783**)) encargó a monseñor Di Pietro, delegado apostólico en Argentina, que fuera al Paraguay y pusiera un poco de orden en aquella pobre Iglesia. Este, muy amigo de la Congregación, quería a los Salesianos allí, por lo cual solicitó la intervención de la Santa Sede. León XIII, preocupado como su Predecesor por el bien de tantas almas, ordenó al Cardenal Secretario de Estado que hablase de ello con don Bosco, el cual, próximo a ir a Roma, recibió esta carta. Ilmo. Señor: La deplorable situación que atravesaba la República del Paraguay, con respecto a las necesidades espirituales del pueblo, conmovió el corazón paternal de Su Majestad Apostólica Pío IX, el cual, poco antes de descansar en el Señor, proporcionó oportunos remedios, enviando allí un Delegado Apostólico, acompañado de celosos sacerdotes, para que atendiesen a la salvación de aquellas almas casi abandonadas por falta de sacerdotes idóneos. Por las noticias llegadas a la Santa Sede se ha sabido con gran satisfacción que el Señor se ha dignado bendecir las atenciones del llorado Pontífice, y fecundar la obra de aquellos operarios evangélicos, teniendo sólo que lamentar con pena que los eclesiásticos enviados son insuficientes, cuando la necesidad de ayuda sigue creciendo para conservar de modo especial los frutos ya recogidos. Por consiguiente, como el actual Pontífice, animado por el más ardiente celo en favor de los fieles confiados al universal cuidado que debe ejercer en todas las iglesias, desea no ahorrar ningún medio apto para dicha finalidad, me ha indicado dirigirme a V. S. Ilma., para que se digne informarme lo antes posible, en qué medida puede acudir en socorro de la diócesis del Paraguay y del Delegado Pontificio, ya sea enviando desde aquí un número de misioneros dirigidos por V. S., ya sea haciendo que vayan desde Buenos Aires, donde ya han dado prueba de celo diligente y laboriosidad verdaderamente apostólica. A la espera, pues, de conocer si V. S. Ilma. podrá secundar las intenciones de Su 1 Breve de Pío IX, 20 de junio de 1876, al presidente Gill, y respuesta del Presidente, Asunción, 30 de octubre de 1876. (**Es13.664**))
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