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((**Es13.620**) para el cómputo de los años, la vigilia de san Pedro, día en que la Iglesia conmemora a san León II. Quizá aconsejó la prudencia no bautizar el oratorio con el nombre del pontífice reinante. Desde 1880 los Salesianos de Marsella empezaron a celebrar el día de san León II como el de su patrono. Los dos pioneros deberían haber llegado a la residencia el día 26 de junio; pero una tarjetita de don Miguel Rúa para el canónigo Guiol, enviada desde Turín el día 25, lunes, decía: <> Pero tampoco pudieron llegar a Marsella aquel día. Todo estaba preparado para recibirles el 28 por la tarde, y he aquí, que un contratiempo les obligó a prorrogar su permanencia en Niza, donde celebraron la fiesta de san Pedro, y partieron de allí el primer día de julio, en compañía de don José Ronchail. Llegaron a Marsella en el peor momento de un mal día. La ciudad estaba revuelta en favor y en contra del obispo Belzunce, que de 1720 a 1722 había sido el Carlos Borromeo de su grey, durante una espantosa epidemia. Querían los anticlericales que se quitara la estatua que presidía la avenida, que llevaba su nombre. El primero de julio estallaron graves desórdenes: les tocó a los nuestros abrirse paso a través de una reunión de fanáticos, que atronaron sus oídos con blasfemias infernales. No se asustaron por ello, sino que comprendieron muy bien que era urgente la necesidad de abrir el oratorio y lo mucho que esperaban de su celo los buenos. Y se abrió el oratorio, sin ninguna formalidad, al día siguiente, fiesta de la Visitación de María Santísima, fecha muy feliz para el nacimiento de la nueva obra de don Bosco. Don José Bologna, que luego se trocó en Bologne, no contaba ((**It13.731**)) con cualidades exteriores sobresalientes, pues era bajito de estatura y carecía de facilidad de palabra; pero, poseía en grado eminente el espíritu del Beato Fundador: bondad, dulzura, alegría, prudencia, el arte de ganarse los corazones, una destreza superior a la corriente para resolver asuntos, un celo verdadero para el crecimiento de la obra que se le confiaba y, lo que conformaba todas sus dotes, una piedad sencilla y sentida. Además, poseía bien la lengua francesa. Había entrado como huérfano en Valdocco, allí había vivido veinte años, como estudiante, clérigo, sacerdote y prefecto de los externos: era, pues, un hijo genuino del Oratorio. Antes de alzar el vuelo, desde el querido nido, asistió todavía a la fiesta de don Bosco el 24 de junio; y apenas partió, le envió el Beato a Niza estas líneas de despedida: (**Es13.620**))
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