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((**Es13.615**) Lee, medita, practica nuestras reglas. Y eso, para ti y para los tuyos. Dios te bendiga y contigo a todos los que irán contigo a la Navarre, y ruega por mí, que siempre seré en J. C. Turín, 9 de julio de 1878. Afmo. amigo JUAN BOSCO, pbro. Don Bosco tuvo la sagacidad de enviar el personal desde Niza, y no desde Turín: iban con el Director, el subdiácono don Lorenzo Giordano, como maestro, y un joven coadjutor, Mario Gay, como asistente de los pequeños aprendices en las labores del campo. Para tener el dinero del viaje don Pedro Perrot se comprometió ((**It13.724**)) a celebrar treinta misas: pero la limosna apenas si llegó para ello. Pesaba sobre la casa una deuda de veintisiete mil francos. Llegaron a ella los Salesianos el 5 de julio de 1878, hacia las cinco y media de la tarde. Los poquitos que habían quedado en la casa les recibieron con mucha alegría y demostraciones de sincero afecto; los bienhechores les dieron la bienvenida y les saludaron como a restauradores y nuevos fundadores, ya que la casa estaba material y moralmente deshecha. Nadie sabía entonces lo que hoy nosotros sabemos: que la mano de la Providencia actuaba allí. Apagado el eco de la alegre recepción, llegó la hora del reposo nocturno; entonces se dieron cuenta de la situación y sonó para ellos la hora del abatimiento. El edificio echado a perder; la amplia hacienda convertida en erial; la sombra amenazadora de la gran deuda; la bolsa vacía; la perspectiva de un ímprobo trabajo y de ingentes gastos sin ver un provecho inmediato: no es de extrañar que les asaltara el desaliento, pero sí extraña que, tras el desaliento, no se escondiese el propósito de abandonar el puesto. Prevaleció la confianza en Dios, en María Auxiliadora y en el que era el instrumento de la divina misericordia. No se deshicieron sus esperanzas, sino que en seguida se experimentaron sus efectos. La sencillez y la buena voluntad, con que calladamente se entregaron a la hercúlea fatiga, produjeron óptima impresión en los señores, en las señoras, en los párrocos de los pueblos circunvecinos, los cuales, enternecidos ante sus incómodas condiciones, acudieron muy pronto en su ayuda. Don Bosco, por su parte, no fue sordo a sus peticiones de personal, para poder comenzar los trabajos del campo; en efecto, en poco tiempo envió otros seis coadjutores a las órdenes de don Pedro Perrot, para las más apremiantes necesidades de la administración. Pero los Salesianos no habían ido a la Navarre para ser administradores de fincas; tenían la misión de dar vida a una obra nueva para la Congregación, pero que entraba ((**It13.725**)) como otra más en el programa (**Es13.615**))
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