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((**Es13.46**) ->>Cuántos sacerdotes habéis mandado ya a los Conceptinos? Y entretanto me hizo pasear con él teniéndome de la mano. -Hemos enviado uno solo, le dije, y estamos estudiando la manera de poder mandar algunos más, pero no sabemos de dónde sacarlos. -Antes de atender a otra cosa, prosiguió el Papa, procurad atender al Espíritu Santo. Poco después el Padre Santo, erguido sobre su persona, con la cara levantada y como radiante de luz, clavó su mirada en mí. -íOh, Padre Santo!, le dije; ísi mis jóvenes pudiesen contemplar el rostro de Vuestra Santidad! Yo creo que quedarían fuera de sí por el consuelo. íOs aman tanto! -Eso no es imposible, replicó Pío IX. A lo mejor pueden ver realizado este deseo. Pero de pronto, como si se sintiese mal, apoyándose en una y otra parte se dirigió a sentarse en un canapé y después de haberlo hecho se tendió en él a lo largo. Yo creí que estuviese cansado y que quisiera acomodarse para descansar un poco; por eso busqué la manera de colocarle un almohadón un poco elevado para mantenerle la cabeza en alto; pero él no quiso, sino que, extendiendo también las piernas, me dijo: -Hace falta una sábana blanca para cubrirme de la cabeza a los pies. Yo lo miraba atónito y estupefacto; no sabía qué decirle, ni qué hacer. No entendía nada de cuanto sucedía. Entonces el Padre Santo se levantó y dijo: -íVamos! Al llegar a una sala donde había muchos dignatarios eclesiásticos, el Padre Santo, sin que los demás se diesen cuenta, se dirigió a una puerta cerrada. Yo abrí la puerta inmediatamente, para que Pío IX, que estaba ya cerca, pudiese pasar. Al ver esto, uno de los prelados comenzó a mover la cabeza y a decir entre dientes: -Esto no le corresponde a don Bosco; hay personas indicadas para realizar estos menesteres. Me excusé lo mejor que pude, haciendo observar que yo no usurpaba ningún derecho, sino que había abierto la puerta porque ningún otro lo había hecho para que el Papa no se molestase y tropezase. Cuando el Padre Santo oyó mis palabras, se volvió hacia atrás sonriendo y dijo: -Dejadle en paz; soy yo quien lo quiero. Y el Papa, una vez que hubo traspuesto la puerta, no apareció más. Yo me encontré, pues, allí completamente solo sin saber dónde estaba. Al volverme a uno y otro lado para orientarme, vi por allí a Buzzetti. Esto me causó grande alegría. Quería decirle algo, cuando él, acercándose a mí, me dijo: -Mire que tiene los zapatos viejos y rotos. -Ya lo sé, le dije; >>qué quieres? Han recorrido ya mucho terreno estos zapatos, son los mismos que tenía cuando fui a Lanzo; ((**It13.44**)) han estado ya dos veces en Roma; estuvieron en Francia y ahora están otra vez aquí. Es natural que estén en tan mal estado. -Pero ahora, replicó Buzzetti, es tiempo de que los deje; >>no ve que los talones están completamente rotos y que lleva los pies por el suelo? -No te digo que no tengas razón, contesté, pero, dime: >>sabes tú en dónde nos encontramos? >>Sabes qué es lo que hacemos aquí? >>Sabes por qué estamos aquí? -Sí que lo sé. -Dime, pues; >>estoy soñando o es realidad lo que veo? Dime pronto algo. -Esté tranquilo, replicó Buzzetti, que no sueña. Todo cuanto ve es realidad.(**Es13.46**))
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