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((**Es13.453**) expensas, quiere que abramos una casa en La Spezia, que es una ciudad de los protestantes y de la masonería. y otra en Roma. Así que no podré ir a Marsella hasta últimos del próximo enero. Pero, ante la urgencia, encargaría a don José Ronchail que hiciera una visita previa para entenderse con usted y hacer lo que sea necesario para el objeto. Puede dirigirme cualquier recado a Roma en Torre de'Specchi. Ahora, aunque un poco tarde, debo darle las más cumplidas gracias por la gran benevolencia y caridad con que ha tratado a nuestros misioneros. Han quedado entusiasmados de su bondad, y escribieron diciendo unánimemente: el párroco de san José es un verdadero cooperador salesiano; que Dios nos lo conserve. Hoy todos nuestros misioneros están en alta mar. Los primeros llegarán mañana a Montevideo y pasado mañana a Buenos Aires. Nos encomendamos todos a la caridad de sus santas oraciones, y créame en Jesucristo Turín, 12 de diciembre de 1877, Afectísimo amigo JUAN BOSCO, Pbro. ((**It13.529**)) La alusión a los misioneros nos hace recordar oportunamente un episodio un tanto singular. Además de los del grupo de don Santiago Costamagna, también los compañeros de monseñor Ceccarelli habían experimentado el buen corazón del canónigo Guiol en circunstancias excepcionales. Cuando salieron de Niza, creyendo que llegarían a Marsella por la noche, donde no conocían a nadie, determinaron telegrafiar al párroco de san José: <>. Y como ninguno de los de la comitiva era conocido firmaron a secas: DON BOSCO. El canónigo, convencido de que llegaba don Bosco en persona, preparó una recepción solemne. Apenas se paró el tren en la estación, vieron los nuestros que unos nobles señores les hacían señales, con deferencias de toda clase, invitándoles a subir en sus propios coches, mientras el párroco corría de una a otra parte repitiendo: Don Bosco, où est-il? Don Bosco où est-il? Sólo entonces comprendieron los desdichados el lío que habían armado y, más aún, cuando pusieron sus pies en casa y se encontraron en un salón espléndidamente iluminado y frente a una mesa exquisitamente preparada y tuvieron que responder a los cumplidos de unas nobles damas, que miraban a ver por dónde aparecía el esperado don Bosco. Se las apañaron como Dios les dio a entender; pero el abate Guiol, creyese o no la afirmación de monseñor Ceccarelli que repetía que don Bosco se había quedado en Niza con asuntos imprevistos, pasada la primera contrariedad, no mostró su contrariedad y, arreglándoselas con sus amigos, ofreció a los cuatro la más cordial hospitalidad. (**Es13.453**))
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