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((**Es13.27**) de las doctrinas rosminianas. Don Bosco callaba; los canónigos asentían; alguien tiró de la lengua a don José Bertello, que guardaba prudentemente silencio. Era éste un estudioso de temas filosóficos y enseñaba filosofía. Terció el Obispo volviéndose a él, que, sin rodeos y con toda franqueza, según su carácter, se declaró antirosminiano. Se encendió una vivísima disputa; el buen Obispo mantenía la lucha y no comía. Para cortar la cuestión se rogó a don Bosco que diera su parecer. -Sí, sí, que hable don Bosco, insistió también el Obispo. Don Bosco rompió el silencio y dijo: -Mire, Monseñor; yo no entro en las razones intrínsecas de ninguna de las partes. Si me lo permite, haré una sola observación. >>Se alegraría un obispo, si supiera que los clérigos de su seminario tienen una opinión contraria a la suya? Pues bien, yo considero que todo el clero del mundo es, con respecto al Papa, como un vasto seminario. >>Y podrá el Papa estar conforme con que su clero o cierta parte del mismo sostenga principios que él no acepta, y vaya propugnándolos? Advierto, además, que hay que guardar mucha deferencia al Papa, aun como doctor privado, y que es conveniente adherirse a su manera de pensar. Así es como acostumbran portarse los buenos hijos con su padre. Los presentes se maravillaron, el Obispo no añadió palabra y la polémica terminó. Por la tarde el Rector del Seminario le felicitó por aquella respuesta, que ((**It13.22**)) él mismo había tenido muchas veces intención de darle, pero que nunca había tenido ánimos para ello. Pero honra mucho a monseñor Ferré que esta divergencia de opinión nunca le hiciera perder ni un adarme de su afecto y aprecio a don Bosco, ni el deseo y la solicitud de favorecerle y agradarle en cualquier circunstancia. Si en alguna rara ocasión habló don Bosco sobre el rosminianismo, sólo lo hizo en vista de los tristes efectos que producía entre los eclesiásticos aquel acaloramiento de polémicas enconadas, pero nunca dijo una palabra que sonara a menosprecio de la persona de Rosmini. Y lo que él apreciaba en el abate Rosmini, no era su sistema filosófico, pues se declaraba incompetente para opinar sobre él, sino la santidad del hombre y del sacerdote. He aquí con qué palabras declaró el alto concepto que de él tenía: <(**Es13.27**))
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