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((**Es13.201**) pero él no quería excepciones. Es más; como los novicios tenían comedor aparte, algunos días después dejó la compañía de don Bosco, que tanto apreciaba, para unirse a ellos durante el tiempo señalado por el reglamento. Sus conocidos, que no ignoraban los cuidados que necesitaba para su delicada salud, no podían comprender cómo podía resistir; el barón Carlos Bianco de Barbania iba diciendo que aquello era para él un milagro. Toda su vida, como escribe don José Vespignani 1, era estudiar, rezar y entretenerse amablemente con los hermanos, sin recordar nunca su linaje ni las cosas del mundo. Recibió de manos de don Bosco la sotana clerical en el colegio de Lanzo, el 18 de septiembre de 1877; ya hacía más de tres meses que había comenzado el estudio de la teología 2. Por encargo de don Miguel Rúa, era su profesor don José Vespignani, que ((**It13.226**)) había entrado poco antes en la Congregación y poseía una buena cultura eclesiástica. El Conde estaba bien pertrechado en ciencia religiosa, porque había dedicado mucho tiempo a la apologética para mantener con honor su puesto de diputado católico en el Parlamento subalpino, penetrado de espíritu hostil a la Iglesia. Escribía con soltura en prosa latina; es más, al ofrecer aquel año a don Bosco en su fiesta onomástica un precioso crucifijo, que había pertenecido al beato Cafasso, acompañó el regalo con un epigrama en dísticos latinos compuestos por él. Se entregó después con tanto ardor al estudio de la teología, que recitaba valientemente su lección en latín. Su minuciosidad al pedir explicaciones ponía en continua prueba la sagacidad del maestro, que advertía lo adelantado que estaba el Conde en el conocimiento de la Sagrada Escritura. Nadie, pues, se extrañó de que don Miguel Rúa, que lo examinó a fondo, lo presentara a don Bosco para recibir las órdenes sagradas poco después de su profesión perpetua, aun antes de terminar el año 1877. El Beato había determinado admitirlo a los votos en la fiesta de la Inmaculada, reduciendo a lo mínimo el tiempo del noviciado y así presentarlo para la tonsura y las cuatro órdenes menores en la ordenación de Navidad. Pío IX, que conocía la gran prudencia de don Bosco, le había concedido para el régimen interno de la Congregación facultades muy amplias, de las que él se servía sin hablar nunca de ellas públicamente y sin referirse a ellas tampoco en las controversias que a veces surgían; pero los Superiores lo sabían. Evidentemente, después de la muerte de Pío IX estas facultades caducaban. 1 Lugar citado, pág. 87. 2 El 19 de septiembre escribió don Bosco al teólogo Margotti: <>. (**Es13.201**))
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