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((**Es13.170**) creyeron que iban a prosperar sus negocios con tan sacrílegas violaciones, mal les salieron las cuentas, pues antes de un lustro tuvieron que vender vino, cubas y enseres enológicos y, a fines de 1876, pusieron en venta el edificio y lo que de él dependía, como las viñas plantadas alrededor... La mayoría de los habitantes de Nizza, que habían aprendido de la piedad de sus padres a recorrer piadosamente el camino del santuario mariano, esperaban con ansiedad el fin de aquella situación. Ninguno se presentaba a la compra. Dado el espíritu del tiempo, era locura esperar que aquellos vetustos edificios volvieran a su primitiva finalidad; pero había un deseo general de verlos destinados al menos a una obra de utilidad pública o de beneficencia. Y he aquí que un hermoso día de la primavera del 1877, llegaba de Turín completamente inesperado el Beato ((**It13.190**)) don Bosco para visitar aquellos viejos muros. Los condes Balbo, que tenían alquerías y su casa de campo en el territorio de Nizza, y otras familias acomodadas de la población habían trabajado mucho para inducirlo a hacer aquella visita y encontrar la manera de remediar la enorme profanación. El Beato, que buscaba precisamente una nueva vivienda para las hermanas de Mornese, no había aguardado entonces a pensar en la histórica y abandonada mansión de los padres capuchinos. Encontró, pues, que la solidez de la construcción, lo único que había quedado sano, no dejaba nada que desear y que, si bien a costa de muchos trabajos y gastos, el convento podía ciertamente convertirse en un centro de educación. Por otra parte, la amenidad del paraje, la salubridad del aire, la proximidad de la ciudad, la comodidad de comunicación con pueblos vecinos y con los centros lejanos, todo respondía magníficamente a las necesidades de una comunidad tan numerosa y variada. Pero cuando se acercó a la entrada de la iglesia, exclamó horrorizado: -íVálgame Dios! Dio un paso atrás. Tenía ante sus ojos un triste antro. Estaban destruidos los altares, roto y hecho añicos el pavimento, las paredes ennegrecidas por el humo, las bóvedas manchadas de moho por los húmedos vahos; la abominación de la desolación había realmente entrado en el lugar santo. Sólo una cosa seguía firme: la solidez de las obras de albañilería. Era preciso, sí, era preciso restituir sin tardanza al culto aquella casa de Dios; era preciso devolver aquel cenobio a asilo de la piedad. Resolver y hacer eran una sola cosa para don Bosco. A partir de aquel momento no tuvo nada más ante sus ojos que acelerar el cumplimiento de la empresa. (**Es13.170**))
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