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((**Es13.148**) La más reciente de las tres comunidades, que era la del colegio Pío de Villa Colón, en Montevideo, la formaban tres sacerdotes, dos clérigos y cuatro coadjutores. El director, don Luis Lasagna, procuró mantenerse en estrecha relación con su colega de San Nicolás, que dirigía un colegio del mismo tipo; los dos tenían un elemento homogéneo, constituido por los hijos de acomodados estancieros, que aspiraban a profesiones y carreras liberales. Se ayudaban, pues, uno a otro, conferenciando juntos a menudo y poniéndose de acuerdo para la elección de textos escolares, y también para el empleo de los medios propios de las casas salesianas. Pero el Director del colegio Pío se encontró con una dificultad, que el otro no tenía. Como el colegio de San Nicolás se hallaba en el campo, los alumnos internos recibían pocas visitas y resultaba bastante fácil tenerlos en casa durante el curso escolar; en cambio, los de Villa Colón estaban muy próximos a la capital y recibían frecuentes visitas de los padres, que hubieran querido tener a los hijos en su casa varias veces ((**It13.164**)) al mes y aun todos los domingos. El inconveniente era grave, pero don Luis Lasagna lo resolvió con un medio muy sencillo. Entre las compañías piadosas ideadas por don Bosco para encarrilar al bien a los muchachos, sobresale la del Santísimo Sacramento; de ella precisamente supo valerse don Luis Lasagna. La estableció con los más creciditos, que, por su edad, suelen dar tono a la vida del colegio; dispuso a sus socios para la frecuencia de los sacramentos, los aficionó a la casa y se sirvió de ellos mismos para apartar a los padres de aquellas perjudiciales exigencias. Obtuvo así aún más de lo que esperaba; pues, al ver que sus propios hijos prescindían de buen grado hasta de la salidas libres, colmó de admiración a padres y madres que, cuando hablaban del colegio, ponían por las nubes sus disposiciones reglamentarias. El excelente Director, no paró ahí; sino que también se lanzó a estimular a los socios de la compañía, para que le ayudaran a hacer obras de caridad espiritual, como la de catequizar a los muchachos del vecindario; en lo que le secundaron admirablemente. En efecto, sus jóvenes catequistas, lo mismo cuando iban a vacaciones que cuando salían del colegio, organizaban en sus casas verdaderos oratorios festivos, dedicándose cada domingo con gran fervor a la enseñanza de la doctrina cristiana. Tan admirable iniciativa juvenil atrajo las simpatías de muchas familias nobles y ricas, que favorecían la empresa con regalos y premios para los niños; es más, encontró también imitadoras en las hermanas de los alumnos internos, las cuales, a su vez, se ponían a hacer lo mismo con las niñas. Aquellos oratorios domésticos dieron (**Es13.148**))
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