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((**Es13.136**) Monseñor Aneyros celebró la misa de comunidad del 29. Al llegar el momento de la comunión, empezó a repartir las sagradas especies; pero, al llegar a la mitad, no podía aguantar el cansancio y pidió que alguien le substituyese. Monseñor Ceccarelli cantó la misa solemne, a las diez, y, a primeras horas de la tarde, predicó después de vísperas, luciendo sus admirables dotes oratorias. El Arzobispo de Buenos Aires no pudo dar la bendición, pues no habían dado las seis. Hacia las seis y media se renovó, o mejor, se reanudó la velada de la víspera en honor de don Bosco. Asistió a ella mayor número de forasteros. Estaban también representados los colegios por los directores o por otros. Acabadas las lecturas y declamaciones, terminadas las piezas de música y los cantos, don Bosco se levantó. Estallaron fragorosos aplausos, y, cuando reinó el más religioso silencio, habló el Siervo de Dios al imponente auditorio: Este día es uno de los más hermosos de mi vida. Será una fecha memorable en las memorias del Oratorio. Al ver a mi alrededor a tantos jovencitos llenos de alegría, que me manifiestan su amor y su gratitud, se conmueve verdaderamente el corazón. íQué hermoso es el corazón unido a la caridad! >>Por qué se suministran los medios para atender y educar a tantos jóvenes para el paraíso? >>Por qué tantas y tantas piadosas personas sacrifican parte de sus haberes y los emplean santamente para socorrer a estos jovencitos? >>Por qué tantas y tantas personas abandonan el mundo, se unen a Dios con lazos de virtud y de amor fraterno y dedican toda su vida a que estas tiernas plantecitas crezcan para el cielo? íPor la caridad! Sí, son los vínculos de esta virtud, los que nos mantienen en todas partes estrechamente unidos en el Señor, de suerte que, movidos por el amor, nos socorremos amablemente unos a otros. Es la caridad la que mueve a muchas distinguidas personas de regiones muy lejanas a venir a este Oratorio y adaptarse a la pobreza de este lugar para satisfacer el santo celo que tienen de llevar la luz del evangelio a otros países incultos, y para aumentar así con nuevos hijos la familia del Padre común de los ((**It13.150**)) fieles. Es la caridad la que indujo a muchos valientes soldados de Cristo a dejar la patria, los parientes y todo lo demás para ir a tierras muy remotas, arrastrando sufrimientos y fatigas para llevar la buena nueva a sus hermanos. Y es la caridad la que esta tarde nos reúne aquí a todos en este lugar. Os lo digo con todo el corazón: hubiera querido tener palacios esmaltados de diamantes, con pavimentos cubiertos de rosas y azucenas para recibir dignamente al Arzobispo de Buenos Aires, a monseñor Ceccarelli y a todos los demás de su séquito. Pero somos los pobres salesianos, que vivimos de la ayuda de personas piadosas y no podemos hacerles el recibimiento que hubiéramos deseado. Y ellos, movidos por la caridad, se han atrevido a soportar las incomodidades del Oratorio para tener medios con que hacer nuevas obras de caridad. Sean, pues, dadas gracias a ellos por las privaciones sufridas al adaptarse a la pobreza de esta casa y por el gran honor y el placer que nos han hecho. Nosotros guardaremos un recuerdo imperecedero. Vosotros volvéis a vuestras tierras, al campo de vuestra mies, pero decid a vuestros compañeros y al señor Benítez que nuestro agradecimiento por los beneficios recibidos (**Es13.136**))
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