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((**Es13.131**) Carísimo Rúa: Estoy en Ancona con el cardenal Antonucci y celebraremos san Juan a orillas del Adriático, frente a Lissa. Mañana, Dios mediante, partiremos para Milán, donde pararemos el martes y el miércoles hasta las cuatro de la tarde, en que saldremos hacia Turín. Llegaremos cerca de las ocho. Te comunico, para tu norma, que a los argentinos les gusta mucho la carne y son muy delicados para la cocina; mas, por su piadosa consideración, siempre se muestran contentos. Hasta donde os sea posible, elegid habitaciones cómodas y con letrinas aseadas. Lo demás corre de tu cuenta, de la nuestra y de la suya. Dios nos bendiga a todos. Dirás a nuestros queridos muchachos que voy ahora a celebrar la santa misa y que rogaré mucho por ellos; y por este lado ellos no perderán; tampoco quiero queden mal por lo que se refiere a la cocina, puesto que quod differtur non aufertur (lo que se aplaza no se quita), y quedarán indemnes. Pero monseñor Aneyros querría llevarse consigo medio ejército de misioneros para dar el asalto a los pamperos y a los patagones. Rezad por vuestro San Juan, 1877. Afmo. amigo en Jesucristo JUAN BOSCO, Pbro. El 24 cayó en domingo. Don Bosco fue a celebrar a eso de las diez en la iglesia del Jesús, regida por los misioneros de la Preciosísima Sangre. Le ayudó a misa un jovencito, que no olvidó en toda la vida aquel momento. Vio entrar en la sacristía a un <> bajo, modesto en el semblante y totalmente desconocido en el porte. Pero <> descubrió un no sé qué de atrayente bondad, que despertó ((**It13.144**)) en seguida en él una mezcla de curiosidad y de respeto. Mientras celebraba notó que tenía algo especial, que invitaba al recogimiento y al fervor. Terminada la misa, y después de la acción de gracias, aquel sacerdote púsole la mano sobre la cabeza, le regaló diez céntimos, quiso saber quién era y qué hacía y le dijo unas buenas palabras. Cuarenta y ocho años más tarde aquel muchacho, que se llamaba Eugenio Marconi y era alumno del Instituto del Buen Pastor, escribía: <<íQué dulzura la de su voz! íQué afabilidad y qué afecto encerrados en sus palabras! Yo quedé confuso y conmovido>>. Cuando regresó al Instituto, advirtió un movimiento insólito entre los superiores y los compañeros. Le dijeron que estaba don Bosco en Ancona y que a primeras horas de la tarde iría a visitar el Instituto y había que prepararse para recibirlo dignamente. Hacia las tres, formados todos en la sala mayor, vio entrar precisamente al <> de la mañana, acompañado por el director (**Es13.131**))
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