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((**Es12.95**) y el venerando señor Benítez. La población los recibió con entusiasmo. Cinco de ellos se alojaron en la casa parroquial del doctor Ceccarelli y los otros dos en la del señor Benítez. Aún había que hacer muchas obras antes de que el colegio estuviese en condiciones. Conviene contar aquí un poco de la historia del mismo. La fundación de San Nicolás, que el doctor Ceccarelli, párroco de aquella ciudad, ofreció al beato don Bosco, carecía de bases firmes. En las negociaciones no se anduvo el Siervo de Dios con menudencias. Su intención, de momento, era la de implantar una primera estación en un lugar desde donde se pudiera realizar su doble ideal de emprender las misiones indígenas y ayudar a los emigrantes italianos, faltos de toda asistencia, sin maestros y sin sacerdotes. San Nicolás ofrecía las dos posibilidades por la relativa cercanía de los indios y por el crecido número de colonos llegados de Liguria. Había de sesenta a setenta familias de <> o arrendatarios, que llevaban una vida patriarcal, cultivando tierras, adquiridas con el fruto de su trabajo. Estas familias no se mezclaban con las gentes del país; concertaban los casamientos entre compatriotas, llevándose también las esposas de Liguria, principalmente del valle del <>. Descollaban entre aquellas familias los Montaldo, con los que estaban estrechamente emparentados los Cámpora, los Lanza, los Ponte, los Vigo, apellidos conocidos y queridos por nuestros hermanos, por los beneficios ((**It12.103**)) recibidos de ellos y por las vocaciones eclesiásticas y religiosas que brotaron en aquellas casas. Así, pues, cuando los Salesianos llegaron a San Nicolás de los Arroyos, tuvieron la desagradable sorpresa de encontrar que el colegio prometido y concedido por una Comisión argentina para tiempo ilimitado, no tenía muebles y se reducía a tres o cuatro salones a ras del suelo. Al ver el padre Fagnano que la cosa iba para largo, se industrió, ayudado por los colonos y por el mismo párroco Ceccarelli, para proveer a la comunidad de lo estrictamente necesario; y, mientras tanto, se comenzaban las primeras clases. Menos mal que la iglesita era pasable; pero la había construido una persona privada a sus expensas, el generoso Francisco Benítez, que fue el más grande y caritativo de los cooperadores salesianos de aquel país. Había mandado construir en ella una precioso altar tallado en madera; había llevado de Barcelona una linda estatua, esculpida en madera, de María Inmaculada. La iglesita se llenaba cada día de italianos, detrás de los cuales empezaron pronto a asomar los muchachos del pueblo. Las funciones se celebraban en ella como en Turín, con misas solemnes, cantadas por un coro formado con los hijos de(**Es12.95**))
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