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((**Es12.434**) el tren. Allí se juntaron a los misioneros los salesianos destinados a Ariccia y parte de los que debían ir a Albano. Dice lacónicamente la croniquilla de don José Lazzero: <>. El había hablado poco antes en estos términos al nutrido auditorio de María Auxiliadora, dirigiéndose particularmente a los muchachos y a los Hermanos: Hace un año, amados hijos, que por estas mismas fechas y desde esta misma iglesia de María Auxiliadora, partía el primer grupo de misioneros salesianos hacia la República Argentina, para catequizar y evangelizar a aquellos pueblos, y también para abrirse camino hasta llegar a las tribus de Pamperos y Patagones, tribus salvajes y feroces como pocas. Asistimos a aquella partida y los despedimos con lagrimas de conmoción, o mejor de satisfacción por la obra que se iba a comenzar. Desde este mismo púlpito se les dirigían afectuosas palabras de aliento y despedida, recordando que no hacían mas que obedecer las palabras del Divino Salvador a los Apóstoles: Euntes in mundum universum praedicate evangelium omni creaturae, y así ellos continuaban precisamente la obra apostólica. Al mismo tiempo se les decía: -Vosotros marcháis pero no estaréis solos; nosotros os acompañaremos siempre con el pensamiento y con la oración; otros y después otros os seguirán en vuestra noble empresa, y serán compañeros vuestros, y si fuese menester, todos nosotros estamos dispuestos a partir, ((**It12.512**)) para ir a unirnos a vosotros en el campo evangélico que la divina Providencia nos esta preparando. Lo que entonces se decía como un piadoso deseo, ahora se va convirtiendo en realidad. Y he aquí que en este momento veo ante mí un modesto grupo, una pequeña compañía de salesianos que, animados por los mismos pensamientos que alimentaban los de la primera expedición, están ansiosos de ir lo antes posible a reforzar las filas de sus compañeros. Esta tarde me propongo hacer una breve platica, dejando totalmente de lado los temas aptos para arrancar las lagrimas al que habla y a los que escuchan, y que en esta circunstancia me impedirían seguir el discurso. Tampoco creo oportuno, queridos hijos, sugeriros en este momento normas de vida y de prudencia, que pueden parecer útiles a los que van a aquellas remotas tierras. Quiero exponeros solamente dos pensamientos. El primero se refiere a lo que hicieron aquellos diez compañeros nuestros, después de la memorable tarde, en la que, en presencia de Jesús Sacramentado, ante la imagen de María, nos dieron el fraterno adiós. Os daré unas breves noticias de ellos para que veáis cuan extraordinariamente grande es el bien que puede hacerse y cómo los que están animados de verdadero celo por la salvación de las almas, son bendecidos y protegidos por el Señor y respetados y amados por los hombres. El segundo pensamiento es señalar la mies, que Dios nos tiene preparada en América del Sur. Es mucho lo que hay que hacer en aquellas regiones; es grandísimo el bien que queda por cumplir, es muy vasto el campo. Vosotros, pues, podéis continuar cada vez mas la obra de los apóstoles, trabajando esforzadamente en la viña del Señor. Amadísimos hijos, escuchad: Dios os ve, Dios os escucha, por eso sean sólo para El todo honor y gloria. Si algo se refiere a nuestras pobres personas, como humildes instrumentos, de los que El quiso servirse, nosotros diremos siempre: se hizo por la (**Es12.434**))
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