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((**Es12.373**) bondad con que su compañero, más joven que él, recibió la primera amonestación. La asistencia a los alumnos durante el recreo exigía que todos, por la mañana, después de tomar a toda prisa el café, se apresurasen a salir al patio. El clérigo Giulitto, no acostumbrado todavía a aquella maniobra, se retrasaba un poco. Recibió la amonestación y la agradeció muchísimo: ya no se quedó allí ni un instante más del necesario. Otra cosa recuerda don Luis Nai perfectamente. Era José Giulitto lector asiduo del Tratado de Perfección del padre Rodríguez y se lo sabía al dedillo; por eso frecuentemente, ya fuera para dirimir cuestiones, ya fuera para aclarar ciertos puntos ascéticos, ora para corroborar una manera propia de ver, ora para enderezar ideas torcidas, acudía sin falta a su consabido Ipse dixit, que era: -El padre Rodríguez dice así, el padre Rodríguez dice asá. También don Juan Bonetti hace alusión a ello al recordar en su opúsculo dos hechos que confirman lo antes dicho. Cierto compañero se quejaba con él de una ocupación que, por su poca mortificación, le resultaba pesada, y Giulitto le contestó: -Mira, vete a leer el tratado primero de la segunda parte del padre Rodríguez y, lo que ahora encuentras pesado, se te hará ligero como paja. A otro, que se mostraba un poco reacio a obedecer, le aconsejó que leyera durante unos días el tratado quinto de la tercera parte, y añadió: -Confío que, al cabo de ocho días, serás el más obediente de la casa. Al llegar a su nueva residencia, lo primero que hizo fue fijarse un horario, asignando a cada parte de la jornada su ocupación, de modo que no tuviese que perder ni una brizna de tiempo. Bajo ((**It12.439**)) ningún pretexto se dispensaba de la meditación o de la lectura espiritual. Su profunda piedad a Jesús Sacramentado le proporcionaba tal jovialidad de maneras y tal serenidad de semblante, que todos le querían; hasta el médico, que lo atendió en su última enfermedad, estaba encantado . En septiembre de 1875, cuando él no lo esperaba, díjole don Bosco que se preparase para recibir las órdenes menores y pasar después, con breves intervalos, a las mayores. El clérigo apenas tenía veintidós años; pero don Bosco estaba muy necesitado de sacerdotes y, en cuanto podía, rompía los intervalos. El imprevisto anuncio le desconcertó un tanto. Don Bosco, que lo conocía a fondo, le animó, pidió las oportunas dispensas y después lo recomendó a monseñor Ferré, Obispo de Casale, siempre tan bondadoso con el Siervo de Dios. (**Es12.373**))
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