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((**Es12.289**) toda esperanza. Lo quería como antes, no le daba a conocer lo que pensaba de él, pero se guardaba mucho de volver a darle consejos de esta clase. Algún afortunado hijo pródigo encontraba todavía el camino hacia la casa paterna, en mala hora abandonada. Así le sucedió a un tal Coccero, que se presentó a don Bosco el 19 de noviembre por la tarde, después de casi ocho años que había salido incautamente del Oratorio. Cuando acabó el bachillerato, le había dicho el Beato: -Tú no eres para el mundo; necesitas vivir tranquilo y retirado. Pero él le contestó que su deseo era ir al seminario, especialmente para dar gusto a sus padres. -Puedes hacer lo que quieras, replicó don Bosco, pero sólo alcanzarás el estado eclesiático, si vivieres retirado en una Congregación religiosa. Fue al seminario y se esforzó por portarse bien, de suerte que los Superiores estaban contentos de él. Llegó al cuarto curso de teología; pero un buen día le mandó llamar el Rector y le dijo a quemarropa que no tenía vocación para el estado eclesiástico. El pobre seminarista tuvo que volver con su familia, donde se hallaba fuera de su centro. Allí vivió dos años sin gozar de paz, hasta que, recordando las ((**It12.336**)) palabras que don Bosco le había dicho al marchar del Oratorio, fue a hablar con él y suplicarle que le volviera a recibir en la Congregación. El Siervo de Dios, después de pedir y recibir los informes necesarios sobre su conducta, lo aceptó. -íCuántos casos como éste!, exclamaron los sacerdotes que habían oído a don Bosco mismo la narración de esta aventura. ->>Y esto por qué?, replicó don Bosco. Se puede comprender razonando naturalmente. Hay muchachos buenos, sencillos, de índole suave; el mundo es demasiado embaucador, ellos no lo conocen y creen que todos son tan sencillos como ellos. Así es como después, cuando encuentran trampas por todas partes, no resisten. Estos jóvenes están en medio del mundo lo mismo que está su sencillez en medio de la sagacidad del mundo. Es lo cierto que estos pobrecitos nunca encontrarán en él su sitio. Yo que los conozco, los prevengo claramente, y ellos, aún después de muchos años, recuerdan mis palabras y éstas les sirven de llamada. También resultaron bien los ejercicios de los aprendices; buen indicio del fruto fue el crecido número de ellos, que pidieron ser aceptados como novicios coadjutores. El Siervo de Dios, ansioso de dar consistencia a esta rama de la Congregación, tuvo con ello un gran consuelo. Pero los consuelos de la vida de don Bosco iban siempre acompañados (**Es12.289**))
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