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((**Es11.37**) aquella fruta, higos, melocotones y peras eran del tamaño de dos puños juntos de un hombre y tan hermosas que yo no me cansaba de contemplarlas. Entonces el desconocido me dijo: -Los higos son para el Obispo; las peras para ti y los melocotones para América. Y dicho esto, empezó a dar palmadas y a gritar: -íAnimo, bravo, bravo. muy, bien. bravo! Y desapareció. Entonces me desperté, pero me ha quedado tan impreso este sueño que no puedo apartarlo de mi mente. No nos consta que don Bosco haya relacionado enseguida este sueño con la obra que tanto acariciaba por aquel entonces; pero, en el curso de los acontecimientos, cada vez apareció más claro que guardaban relación. Se necesitaba una buena selección, sobre todo al principio, para que los sujetos tarados no echaran a perder todo. El canasto grande, en donde cupieran todas las frutas, significaba la amplitud del lugar destinado a aquel fin; los higos para el Obispo eran los jóvenes destinados al seminario; los melocotones para América, los misioneros salesianos; las peras del medio, los salesianos destinados a la sede central de la Congregación. >>Y la granizada de piedras que caía sobre sus hombros? Significaba los graves contratiempos que le llovieron de lo alto, especialmente por parte de dos Ordinarios, cuyas cartas, enviadas a Roma para impedir la aprobación de la Obra, se conservan. ((**It11.35**)) Se la llamó Obra, y no colegio o instituto de María Auxiliadora, porque, previéndose que el mayor contingente se reclutaría entre familias pobres, había que asegurar la institución apoyándola en una asociación, cuyos miembros se comprometieran a ayudar con limosnas u otros medios al mantenimiento de los jóvenes y a sufragar los gastos necesarios para sus estudios. Cuando el Beato fue a Roma, como más adelante veremos, expuso a Pío IX sus intenciones sobre esta Obra; <>, dirá él mismo el 14 de abril, en una reunión de superiores mayores y directores, al presentarles el Reglamento impreso pocos días antes en la tipografía del Oratorio. Le agradó tanto al Sumo Pontífice aquella cuestión, que le manifestó el deseo de recomendarla solemnemente; sólo le sugirió que antes la diera a conocer a algunos obispos para obtener su conformidad, a fin de que, en el Breve pontificio de aprobación, se pudiera tomar de ella punto de partida. Quiso saber el Padre Santo cómo le había venido la idea y don Bosco le contó todo, también el sueño referido arriba; después de lo cual le mandó el Papa que se lo narrara a los superiores de la Congregación.(**Es11.37**))
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