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((**Es11.334**) recordó que aquel día se celebraba en Génova la fiesta del Patrocinio de María Santísima, y dijo que le parecía oportuno que, a punto como estaban de emprender un viaje tan largo, se invocara la protección de la que es estrella del mar y guía seguro al puerto. Añadió que, durante la travesía del Atlántico, todos tendrían comodidad para oír la santa misa, confesarse y comulgar... Sus palabras fueron recibidas con respeto y produjeron efecto inmediatamente porque algunos preguntaron enseguida dónde podrían confesarse, por lo que fue necesario improvisar un confesonario con una cortina. Hasta entonces los misioneros habían mantenido el buen humor; la presencia del Padre querido prestaba vigor a sus almas. Pero se acercaba el momento crítico de la separación. A las once se oyó la señal de que bajaran del buque todas las personas que no eran viajeros. El Beato había conversado largo rato con el Capitán, recomendándole a sus queridos hijos. Y él, persona muy atenta, le prometió que tendría con ellos toda suerte de miramientos y que serían siempre respetados por la tripulación. El siervo de Dios los agrupó finalmente junto a sí, les dio las últimas recomendaciones paternales y los bendijo. El coadjutor Enría, que se encontraba hacía unos meses en Sampierdarena y estuvo presente a la escena de la separación, la describe así: <>-íDichosos vosotros, que vais a lanzar la simiente evangélica ((**It11.393**)) por aquellas tierras! íCuántos frutos reportaréis a la Iglesia y a nuestra Sociedad Salesiana! Trabajaréis con empeño y vuestro trabajo contribuirá al triunfo de nuestra sacrosanta Religión y de la Iglesia Católica, Apostólica, Romana y recibirá una inmensa recompensa de Dios. El Señor os asegura por mi medio una mies incalculable; estad seguros. No os preocupen los trabajos, las privaciones, los desprecios del mundo. >>Los misioneros y los que estaban en la sala se arrodillaron. Don Bosco los bendijo con voz serena y los fue abrazando uno a uno, empezando por Cagliero. Descendió después del buque. Estaban con él don Pablo Albera, don Juan Bautista Lemoyne, el hermano de Cagliero y otros. Cuando estuvimos en la lancha, los ojos de don Bosco y los nuestros seguían fijos en el barco para ver una vez más a los misioneros que estaban en cubierta y nos daban el último adiós. Don Bosco tenía la cara colorada por el esfuerzo que había hecho para contener su emoción>>. (**Es11.334**))
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