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((**Es11.296**) -Yo, solía decir, casi no encuentro diferencia entre votos perpetuos y trienales, y puedo dispensar también los perpetuos, cuando el individuo no sirve para seguir en la Congregación. Uno de los presentes observó que, aunque aquello fuera cierto, le parecía que no se debía dar a conocer tan abiertamente esta facultad del superior, para evitar abusos en las profesiones perpetuas. -Me parece, replicó el Beato, que por el momento no se puedan derivar abusos por esta manifestación; más aún, me parece conveniente que se haga conocer esta noticia, para que nadie se deje acobardar ante el pensamiento de la perpetuidad de los votos, por miedo a que sobrevengan dificultades invencibles, y se acabe por perder la paz. Por otra parte, para dispensar a uno de los votos se requiere una causa grave; si solamente se tratase de un capricho, no se llegaría jamás a este extremo. Pero si hay una causa, me parece que no debe hacer ningún mal el saber que puede concederse la dispensa. Estas palabras nos dan ocasión para resolver una dificultad, que a primera vista nos presentan otras palabras del Beato. Al coadjutor Graziano, que era aquel oficial antiguo alumno que encontramos en Roma, al acercársele el día de la profesión, le asaltaron tales dudas y temores para el porvenir, ((**It11.346**)) que le tenían perplejo e indeciso. Don Bosco, que conocía su pasado y su presente, cortó su indecisión diciéndole que los votos no eran una cadena de hierro. Así lo atestigua don José Vespignani. Dieciséis fueron los admitidos a los votos perpetuos y diecinueve a los trienales. Y, acabado esto, don Bosco habló sobre el coloquio (o cuenta de conciencia) con el superior y de la obligación que los directores tenían de llamar a sus hermanos. Insistió mucho en ello y dijo: -Esta es la llave principal para la buena marcha de las casas. Generalmente los hermanos abren su corazón en estos coloquios, dicen todo lo que les apena y, si hay algún desorden, lo manifiestan. Es, además, un medio eficacísimo para hacer correcciones, aun severas, cuando fuere el caso, sin causar ofensa. Por lo general, la corrección hecha en el momento de cometer la falta es algo peligroso. El individuo se siente excitado por aquel pensamiento, no acepta de buen grado la corrección y hasta le parece que se la hacemos con algo de pasión. Por el contrario, cuando se hace con calma y con el sentido amoroso que se emplea en los coloquios, los culpables ven claramente el mal que han cometido; se dan cuenta de que el superior cumple con su deber poniendo ante sus ojos los fallos tenidos para que se enmienden y aprovechen la corrección. A continuación de la relación de esta conferencia, registra el acta (**Es11.296**))
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