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((**Es10.948**) <<íQué maestría la de don Bosco para manejar la santa obediencia! Procuraba, primero, favorecer nuestras inclinaciones naturales; para ello, por cuanto de él dependía, nos encargaba siempre los cometidos y trabajos que eran de nuestro agrado. Y, si lo que debía mandar era arduo y difícil, sabía servirse de santos ardides para lograr su intento. Empezaba por hablarnos de ello después de que hubiéramos comulgado, porque era aquél el momento más propicio para cargar con la cruz; después nos salía al encuentro sonriendo y, tomándonos por la mano, decía: >>-Te necesito; >>me harías tal cosa? >>Tendrías algún inconveniente en encargarte de este o aquel compromiso? >>Te parece que tienes salud y preparación suficiente para dar esta clase, o encargarte de esta asistencia? >>Para desempeñar el cargo de ecónomo, de prefecto, de maestro, etc., en aquella nueva casa salesiana? >>O bien: -Mira, tengo entre manos un asunto muy importante, del que no quisiera encargarte, por ser difícil, pero no cuento con otro que pueda sacarme del apuro como tú; >>tendrías tiempo, salud, fuerza suficiente? >>Era verdaderamente un método admirable el de nuestro querido Padre... Verdad es que don Bosco empezó a tratarnos así cuando todavía éramos jovencitos inexpertos, sin la menor idea de lo que eran los votos religiosos y vinculados sólo por el amor y la gratitud. Con su angélico semblante y con sus santas maneras, nos representaba al vivo la persona de Nuestro Señor Jesucristo en medio de ((**It10.1030**)) sus apóstoles (y por tanto nuestra obediencia no dejaba de ser sobrenatural, pues considerábamos los mandatos de don Bosco como mandatos del mismo Dios); pero es que también más tarde, cuando la Congregación Salesiana quedó establecida, y nosotros corríamos contentos a él para dejarnos cortar la cabeza y clavarnos en la cruz con los tres clavos de los santos votos, él nos mandaba, usando la misma táctica de antes. Nunca ordenaba nada en virtud de santa obediencia (como hacen algunos con demasiada facilidad, por ignorancia y por impulso pasional, sin motivo suficiente, y a veces sin ningún derecho); él se limitaba a llamarnos a una reunión especial y nos decía sin más: >>->>Quién de vosotros quisiera hacer un favor a don Bosco? >>-íYo, yo!, constestábamos todos unánimes. >>Y así, por muy difícil que fuera la obediencia, que él deseaba imponernos, todos estábamos dispuestos a cumplirla. >>Don Bosco sabía muy bien que la línea más corta para ganarse un corazón no es la línea recta del mandato severo y terminante, absoluto (**Es10.948**))
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