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((**Es10.934**) Muy apreciado Angel Lago 1: Alabo la solución de la división y venta de la farmacia. En estos asuntos es preciso hacer grandes sacrificios para conservar la caridad cristiana y mostrarnos desinteresados. Trae también contigo al jovencito Maccagno; tenemos la casa y la ((**It10.1014**)) (nueva) sacristía llenas; pero buscaremos solución para todo. Con los de Peveragno hago todas las excepciones posibles. Que traiga consigo únicamente el equipo ordinario, para el resto Dios proveerá. Me parece bien que nombres un apoderado para vender y administrar tus cosas y así no tener que desplazarte a cada paso; pero busca una paloma y no se transforme en gavilán. Que sea una persona bien conocida por ti. Son muchas las cosas que hay que hacer en esta casa. El dinero que recibes gástalo, si es necesario; de lo contrario, tráelo contigo. Con este dinero quizá no tendremos que pedir un préstamo, especialmente para pagar el rescate de algunos clérigos de la Congregación, pertenecientes a la quinta de este año. Saluda de mi parte al señor Cura, Rvdo. Schez, al querido don Luis, al señor Campana, y di a todos que cuando vuelva otra vez por ahí, andaré en guardia con el señor Giró, que fácilmente vuelve la cabeza del revés a un galantuomo (al mejor hombre de bien). Dios nos bendiga a todos. Ruega por mí, que me profeso afectuosamente tu hermano en Jesucristo, Turín, 5-11-1872. Tu afmo. amigo JUAN BOSCO, Pbro. El farmacéutico Angel Lago fue al Oratorio aquel año y se inscribió en la Pía Sociedad. Después, por consejo de don Bosco, emprendió los estudios teológicos, a los cuarenta y tres años se ordenó de sacerdote y fue un santo ministro del Señor. Era un hombre lleno de fe y profunda humildad. Cuando celebraba la santa misa o rezaba el oficio divino, cuando asistía a las sagradas funciones o escuchaba la palabra de Dios, parecía un ángel. Su porte y sus maneras irradiaban la plenitud de sus virtudes hasta fuera de la iglesia. Trabajó en la oficina de don Miguel Rúa, prefecto de la Pía Sociedad, y después, cuando era Vicario de don Bosco y su primer Sucesor. Su laboriosidad y su prudencia eran más únicas que raras; nunca se permitía un rato de distracción, nunca decía una palabra de más. Siempre práctico, siempre sereno, siempre entregado al más asiduo trabajo, al que dedicaba también muchas horas de la noche. Pese a tanto trabajo, era mortificadísimo hasta en la comida, aunque 1 En el original se lee Laghi; es evidente que no recordaba exactamente el nombre, o que no lo había entendido bien. (**Es10.934**))
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