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((**Es10.623**) de Dios; y quien no busca más que esto no se turba nunca, vayan como vayan los asuntos que lleva entre manos, y, ante cualquier contrariedad, permanece tranquilo contemplando los sucesos; únicamente le preocupa evitar toda ofensa de Dios, de la que él pudiera ser culpable. V. S. desea la consolidación de su Congregación y su deseo se cumplirá, pues el Señor da claros indicios de querer consolidarla; mas, precisamente para lograr este óptimo intento, hay que emplear los medios convenientes y no acudir a otros, que obtendrían el fin opuesto. La consideración y la conservación y florecimiento de la Congregación de San Francisco de Sales instituida por V. S. depende in primis et ante omnia de un buen Noviciado, en el cual se formen los miembros en la virtud, como las joyas se forman a golpes de cincel y bajo la acción del martillo y de la lima del artista. Si falta este Noviciado, si éste no se aproxima, al menos en gran parte, al de la Compañía de Jesús, la Congregación de V. S. no tendrá estabilidad. Este es el sentido en el que, cuando lo pida el caso, yo expondré mi pensamiento a la Santa Sede. Ahora bien, este Noviciado no existe al presente en esta Congregación; y, por lo tanto, sus miembros, salvo poquísimas excepciones, no son ni el Fundador de la misma, ni están formados por él o a lo sumo en una mínima parte. Demasiado a menudo se oye repetir la queja de que muchos de estos miembros no ((**It10.685**)) manifiestan las virtudes, y entre éstas la humildad, que todos los fieles esperan ver en los religiosos dignos de este nombre; y me duele decir que no me parece falta de fundamento semejante queja. Un buen religioso es un ser que no se puede obtener sino mediante unalarga y diligentísima formación; y, por consiguiente, se requiere un buen Noviciado, lo que me parece no existe todavía en la Congregación de San Francisco, y, por tanto, no podré promover la aprobación Pontificia de esta Congregación, sino con la condición expresa de que se establezca el tal Noviciado. Además, mientras reconozco la conveniencia de que a las Ordenes religiosas se les concede la exención de la autoridad episcopal necesaria para su existencia y prosperidad, soy, sin embargo, enemigo de las exenciones no necesarias, especialmente si son perjudiciales, como lo es, a mi juicio, la que se quisiera mantener de que el Obispo no examine diligentemente a los Ordenandos, siendo así que el Concilio de Trento y el Pontifical de los Obispos se lo mandan. Desgraciadamente en este punto se dejaron introducir poco a poco abusos, que ahora se quisieran elevar a privilegios, pero la funesta experiencia de los muchos religiosos, actualmente dispersos, a los que falta la doctrina y virtud necesarias para ser buenos ministros de la Iglesia, demuestra claramente que se ha procedido en esto un tanto a la buena, y que ya es hora de que se cumpla punto por punto cuanto la sabiduría de los Padres de Trento ha prescrito. Convénzase, pues, V. S. de que mi intención es la de edificar y no destruir, cooperar al bien y no impedirlo. Póngase de buen humor y siga alegremente haciendo aquello a lo que se siente llamado por el Señor. No se alarme si se le presentan quejas, sino más bien examine si hay en ellas algo de verdad y procure corregirlas; si encuentra alguna contrariedad o humillación, no se resienta al menos exteriormente; ni permita que ninguno de los suyos muestre resentimiento; sino que se convenzan todos de que para ellos la manera eficaz de vencer y triunfar es tener paciencia, rezar y humillarse coram Deo et hominibus. Así lo hicieron los Santos fundadores de Ordenes religiosas, y así es preciso que lo hagan cuantos los quieren seguir en similares fundaciones. (**Es10.623**))
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