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((**Es10.387**) en Roma y ordenara las acostumbradas salvas de artillería. Díjome el Rey añadiera a V. E. que sería óptima la impresión que esto causaría y que los miles de forasteros, que en esta ocasión se encuentren en Roma, testigos de este gran gesto del Gobierno, no dejarían de aplaudir...>> 1. Por el contrario, los que mandaban, maniatados y dominados por los sectarios, no lograron compartir el parecer del Rey; más aún, permitieron que prevaleciera la opinión contraria, y sucedieron cosas que parecen increíbles. En muchos lugares se negó el permiso para iluminar las fachadas, se amenazó a los predicadores que hubieran exagerado en sus discursos, y se intentó procesar a sacerdotes, que recogían firmas para el testimonio de adhesión a presentar al Padre Santo y se maltrataron los mismos volúmenes de las firmas. La Comisaría de Policía de Bolonia amenazó con encarcelar a los primates de la ciudad. Unos cincuenta hombres armados invadieron en Padua ((**It10.420**)) el templo, abarrotado de gente, y con gritos frenéticos ahogaron la voz del predicador y echaron violentamente a los fieles. En Parma armaron un gran tumulto en la iglesia de San Juan, gritando: << íAbajo el Papa! íMueran los católicos! íViva la revolución!>> En Florencia hicieron estallar un petardo en la catedral, algunos sacerdotes quedaron heridos en la calle y una horda de facinerosos, exacerbada por los aplausos del pueblo a su querido arzobispo Limberti, prorrumpió en gritos y asaltó, afortunadamente en vano, porque el pueblo se levantó en su defensa, la carroza y el palacio arzobispal. En Génova, en Pistoia y en muchos otros lugares el populacho rompió los cristales de las casas, que habían puesto iluminación. También en Turín apedrearon durante varias horas las ventanas del marqués Fassati y del general Adolfo Campana 2. Naturalmente el Gobierno no se atrevió a impedir la entrada de los peregrinos que iban a Roma, pero prohibió a los ferrocarriles reducir las tarifas y atestó la capital de carabineros, policías y guardias municipales, armados de revólver, y de patrullas de caballería y de la guardia nacional. Se reclutó, además, toda una falange de gente perversa, con libertad para atreverse a todo en aquellos días. En efecto, los peregrinos fueron recibidos en la estación <> 1 Véase: ENRIQUE TAVALLINI, La vita e i tempi di Giovanni Lanza, vol. II, pág. 426. 2 El general Campana murió aquel mismo año y quiso confesarse con don Bosco. Llamáronle urgentemente y le asistió hasta que exhaló el último respiro, como contaba don Miguel Rúa, que le acompañó y esperó en la antesala hasta haber cumplido aquella obra de caridad. (**Es10.387**))
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