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((**Es10.213**) establecimientos públicos y privados y, con los modales agradables, dulces, amenos, que sugiere la verdadera caridad hacia el prójimo, empieza a hablar de virtud y religión a quien nada quiere saber de lo uno ni de lo otro. íFácil es imaginar las habladurías que correrían a su cuenta! Unos dicen que es un tonto, otros que es un ignorante, hay algunos que le llaman borracho y no faltan quienes le tildan de loco. El animoso Felipe deja que cada cual opine a su gusto; más aún, por las críticas del mundo él se convence de que sus obras dan gloria a Dios, porque lo que llama el mundo sabiduría, es necedad ante Dios; por eso caminaba intrépido en la santa empresa. Pero, >>quién puede jamás resistir la terrible espada de dos filos de la Palabra de Dios, a un sacerdote que corresponde a la santidad de su ministerio? En breve tiempo las personas de toda edad y condición, ricos y pobres, doctos e ignorantes, eclesiásticos y seglares, de la más alta clase social hasta los aprendices, los barrenderos, los criados, el peón y el maestro de obras comienzan a admirar el celo del Siervo de Dios; van a oírle; la ciencia de la fe se abre camino en sus corazones: convierten el desprecio en admiración, la admiración en respeto; y después ya no se ve en Felipe más que al amigo verdadero del pueblo, al ministro celoso de Jesucristo, que todo lo logra, todo lo vence como señal de que todos son víctimas afortunadas de la caridad del novel apóstol. Roma cambia de aspecto, todos se profesan amigos de Felipe, alaban a Felipe, hablan de Felipe, quieren ver a Felipe. Así empiezan las conversaciones maravillosas, las conquistas clamorosas de tantos pecadores obstinados, según cuenta el biógrafo del Santo (V. Bacci). Pero Dios había enviado a Felipe especialmente para la juventud, y por eso hacia ella dirigió sus esfuerzos. El género humano era para él como un gran campo de cultivo. Si en su día se echa buena simiente, se alcanza abundante cosecha; mas si se hace la siembra fuera de la estación, no se recogerá más que paja y cascabillo. Sabía también que en este campo místico hay un gran tesoro escondido, o lo que es lo mismo, las almas de muchos jovencitos generalmente inocentes y a menudo malos sin saberlo. Este tesoro, decía Felipe ((**It10.218**)) en su corazón, está totalmente confiado a los sacerdotes y, de ordinario, de ellos depende su salvación o su perdición. No ignoraba Felipe que corresponde a los padres el cuidado de sus hijos y toca a los amos atender a sus criados; pero cuando éstos no pueden, o no son capaces de ello, o bien no quieren, >>habrá que dejar que estas almas se pierdan? Sobre todo teniendo en cuenta que los labios del sacerdote deben ser guardianes de la ciencia y los pueblos tienen derecho a buscarla en su boca y no en la de otros. Hubo algo al principio que pareció desalentar a Felipe en el cuidado de los muchachos pobres y era su inconstancia, sus recaídas en el mismo mal o en otro todavía peor. Pero se rehízo de este temor excesivo, al considerar que muchos preservaban en el bien, que no era extraordinario el número de los reincidentes y que éstos mismos terminaban generalmente por ponerse en el buen camino, con paciencia, caridad y gracia del Señor, y que por esto la palabra de Dios era como una simiente que, más pronto o más tarde, producía el fruto suspirado. Así, pues, él, siguiendo el ejemplo del Salvador, que continuamente enseñaba al pueblo: erat quotidie docens in templo llamaba con premura a los muchachos más díscolos, exclamando por doquiera: Hijitos, venid a mí, yo os indicaré el medio para haceros ricos, pero con riquezas verdaderas, que jamás se malograrán; yo os enseñaré el santo temor de Dios: Venite, filii, audite me, timorem Domini docebo vos. Estas palabras, acompañadas de su gran caridad y de una vida que era el complejo de todas las virtudes, lograban que grupos de muchachos de todas partes (**Es10.213**))
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