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((**Es10.19**) Así le decía a don Ramón Angel Jara, más tarde Obispo de San Carlos de Ancud y de La Serena (Chile). No perdía ninguna ocasión para hacer el bien a todos, para decir una buena palabra, o dar un aviso provechoso de la manera más prudente. El senador Miguel Angel Castelli había sucedido al conde Cibrario como Primer Secretario de Su Majestad en el Gran Maestrazgo de San Mauricio y Canciller de la Corona de Italia. Necesitaba un favor de don Bosco y fue a verle, prometiéndole toda suerte de protección y ayuda; pudo el Santo contentarlo plenamente y tuvo en él desde aquel día, aunque profesara principios muy distintos, un amigo más, que por cierto le invitó varias veces a su casa. Mas don Bosco sólo fue una, y precisamente el día en que una hijita ((**It10.8**)) del Senador había recibido la primera comunión. Adoraba el padre a aquella hija, en la que brillaban una inocencia y una bondad sin igual. Pasó don Bosco unas horas con aquella familia y no perdió la ocasión de decir una buena palabra a la inocente niña. ->>Quieres que se repita muchas veces este hermoso día?, le preguntó. -íSí!, contestó la chiquita. -Pues bien: pide alguna vez este permiso a papá; así podrás rezar por papá, por mamá, y el Señor les consolará, conservándote buena... >>No es verdad, señor Comendador? -í No tengo nada en contrario; con mucho gusto! La chiquita corrió a su padre, le abrazó y le dio las gracias. El padre, profundamente conmovido, tenía los ojos arrasados en lágrimas. Se encontraba don Bosco en una ciudad, fuera de la provincia de Turín, y se enteró de que uno de los primeros auxiliares del Obispo llevaba una conducta irregular. Sin más motivo fue a verle. Se entretuvo hablando con él largo rato sobre la necesidad de prestar atención, antes de admitir los seminaristas a las sagradas órdenes, especialmente si eran víctimas de ciertas pasiones, por las tristes consecuencias que podrían seguirse, por el deshonor del sacerdocio y escándalo de muchas almas. Siguió diciendo que tales miserias no quedan nunca ocultas, sino que se traslucen y habían todos de ellas con daño para el Clero. Pero se expresó siempre en términos generales sin la más mínima alusión a la persona de su interlocutor, convencido de que había comprendido por dónde iba la cuestión. También solía dirigir habitualmente una buena palabra personal a los suyos, aun cuando casi a diario les dirigiese una exhortación,(**Es10.19**))
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