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((**Es10.1136**) Excelencia: Entre los barrios más poblados de la ciudad de Turín está sin duda el que empieza en la plaza de Armas, tiene su centro en la alameda del Rey, vulgarmente llamada de los plátanos, y se extiende hasta la orilla del Po. En este trecho de unos tres kilómetros no hay iglesia, ni escuelas para el público; se ve una nube de chiquillos, que todos los días ((**It10.1237**)) vagabundean de calle en calle con gran peligro de producir quejas a las autoridades públicas y merecer la pena de reclusión, como por desgracia ya ha ocurrido a menudo. Había dado pasos para abrir un oratorio, con jardín enfrente y escuelas para los más abandonados y en peligro; pero la reciente prolongación de la calle de San Pío V ocupó el jardín y separó las escuelas de la capilla. Ahora el propietario ha dado otro destino a aquel terreno. Con el vivo deseo de remediar esta necesidad pública, he comprado un pequeño terreno entre la calle Madama Cristina y la de San Pío V con cara a la Avenida del Rey. Este local estaría destinado a la construcción de un edificio que abarcaría iglesia, escuelas e internado para los más pobres, con capacidad para unos cuatrocientos. De esta manera quedaría muy aliviado el Oratorio de San Francisco de Sales, que está atestado de muchachos y donde cada día se recibe un sinnúmero de peticiones para la admisión de otros nuevos. Antes de lanzarme a la obra deseada, me he dirigido al Economato General en demanda de ayuda. El Ecónomo General, comendador Realis, me recibió muy bien y me prometió un subsidio a fijar en la época del comienzo de los trabajos. Estas obras deberían comenzar precisamente ahora, puesto que los planos están terminados; la iglesia, las escuelas y el internado tendrían la fachada frente a la Avenida del Rey. Por este motivo, mientras algunos asuntos particulares me tienen ocupado en Roma, suplico humildemente a V. E. su ayuda para levantar una obra totalmente encaminada al bien público, especialmente para los hijos abandonados del pobre pueblo, y que me conceda la máxima ayuda, que, en este caso excepcional, le pareciere oportuno. Lleno de confianza en su conocida bondad, tengo el alto honor de poderme profesar con gratitud, De V.E. Roma, 5 de febrero de 1874. Su humilde exponente JUAN BOSCO, Pbro. Como estaba todavía suspendido el comienzo de las obras, tampoco se dio curso a esta súplica. Más detalles todavía. Durante el tiempo que estuvo en Roma, don Joaquín Berto tomaba nota de algunos pormenores, que ayudan a formarnos una idea más cabal del espíritu del santo Fundador. A don Bosco, a fuer de atentísimo observador, no se le escapaba (**Es10.1136**))
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