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((**Es10.1116**) diocesano de Turín, pero la tarde anterior quise ir a visitar a don Bosco. Aunque habían transcurrido ya dos años, me reconoció enseguida, y recuerdo muy bien sus primeras palabras: >>-íGiubergia, has venido a vestir el hábito eclesiástico! >>Y yo le contesté: >>-Sí, pero no vendré con usted, iré al seminario mayor. >>El respondió: >>-íííBueno, eso no importa, pero te harás cura!!! >>Quiso que me hospedara en el Oratorio, cené en el comedor de los Superiores a su lado, y él mismo me servía diciéndome (quizá porque estaba yo que no sabía qué hacer ante su gran cortesía): >>-Come, que eres joven... y tienes que trabajar mucho todavía. >>Después de cenar le acompañé al patio, oí la platiquita que dio a los jóvenes después de las oraciones, y le acompañé hasta la escalera que conducía a su habitación, fui después a la iglesia, donde lloré conmovido durante largo rato y, a la mañana siguiente, ingresé en el Seminario>>. Don Bosco, pues, seguía preparando el trabajo para volver lo más pronto a Roma para la aprobación de las Constituciones y para procurar mejorar las condiciones de los nuevos ((**It10.1216**)) Obispos italianos, y aseguraba a la señora Sigismondi que, por lo menos una parte del tiempo que iba a estar en Roma, la pasaría de buen grado en su casa: Muy apreciada señora Matilde: A su tiempo recibí la carta, que ha tenido la bondad de escribirme. He tenido que diferir la respuesta por los muchos quehaceres de los días pasados. No se preocupe porque mi ecónomo fuera a hospedarse en otra parte. Habíamos convenido en que iría a su casa; pero, temiendo que usted y su marido no estuvieran en Roma, fue primero a casa de los Colonna. Para que usted vea lo mucho que aprecio su casa le aseguro que, cuando vaya a Roma, si no todo el tiempo, al menos una parte notable del mismo espero pasarlo en su casa. Digo una parte notable porque mi visita y los muchos asuntos que he de atender, me obligan a llevar conmigo un secretario y no sé si en su casa podemos encontrar los dos un nido donde descansar. Lo he dejado en manos de la madre Galeffi; si usted puede hablar con ella, podrá concluir o variar el plan, como crean más oportuno. Aunque vivo de la Providencia, no quisiera en estos casos molestar a nadie, ni rehusar cualquier gasto que pueda hacer falta. Le aseguro de nuevo que cada mañana tengo un memento especial en la santa misa para usted y su marido. Y, además, desde que recibí su carta he ordenado que diariamente recen nuestros muchachos un padrenuestro ante el altar de María Auxiliadora. Si todavía no hemos sido totalmente escuchados es que, o rezamos mal, o usted (**Es10.1116**))
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