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((**Es1.96**) buen hombre se gloriaba, hace pocos años, conversando con don Miguel Rúa, de haber tenido tal suerte. Entretanto, el Señor disponía los acontecimientos de modo que Margarita recibiera algún consuelo. En 1824 fallecía en Capriglio la criada de don Lacqua, y entraba en su lugar Mariana Occhiena, hermana de Margarita, la cual quería muchísimo a sus sobrinos e iba, de cuando en cuando, a I Becchi a visitarlos. Mariana rogó en seguida al capellán que diera clase a Juan y él, en atención a su nueva sirvienta, a la que ya conocía como persona muy religiosa y fiel, no supo negarse y consintió en dársela gratuitamente. La tía Mariana, que abrió el camino para los estudios elementales a Juanito, después de haber asistido a aquel venerado sacerdote hasta el último instante de su vida, soltera todavía, fue a acabar sus días en el Oratorio de San Francisco de Sales, donde prestó sus servicios caritativos en favor de los jóvenes alIí acogidos. Así que, estando la tía en Capriglio, para Juan era como ir a su propia casa. Las clases comenzaban poco después de la fiesta de Todos los Santos, y duraban, a lo más, hasta la fiesta de la Anunciación. Juan, en tan tierna edad, empezó a recorrer casi todos los días cerca de cuatro kilómetros, en la más rígida estación del año, con lluvias, nieve, barro y frío. ((**It1.99**)) Don Lacqua le cobró grandísimo afecto y tenía con él muchas atenciones, preocupándose con interés de su instrucción y, más aún, de su educación cristiana. Admirado de su extraordinaria aptitud para la piedad y el estudio,ampliaba las explicaciones recibidas de la madre sobre las verdades religiosas, le enseñaba los medios necesarios para conservar en su alma la gracia de Dios, le instruía detalldamente sobre el modo de acercarse con fruto al sacramento de la penitencia y sobre la necesidad de la mortificación cistiana, que supone necesariamente vigilancia continua de las propias acciones, aun las más pequeñas, para evitar queden viciadas por la soberbia. Para Juan era un paso más hacia adelante, que Dios le facilitaba. Sus compañeros, más pequeños que él, le maltrataban, tomándole por tonto. Es natural que un muchachito, que ha vivido en el aislamiento de una casa de campo, se sienta al principio cohibido en medio de una multitud de compañeros desconocidos. Pero Juan no trató nunca de defenderse, como habría podido hacerlo fácilmente, cuando ya no era un novato. Máxime que podía contar con el apoyo seguro de su tía y el maestro. Sin embargo, prefirió aguantar con paciencia y sin salir por sus fueros. Así lo contaba el señor Antonio Occhiena di Francesco, más tarde alcalde de Capriglio, y que por(**Es1.96**))
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