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((**Es1.80**) pavada que se les había confiado. La madre, que lo había observado todo desde la ventana, bajó con unos vecinos, juntó los pavos -que comenzaban a desbandarse-y los encerró en el gallinero. Mientras tanto, los dos niños -que, como era de suponer, no encontraron al que buscaban-volvieron a casa con la cabeza gacha, acobardados y empapados en sudor. Es de imaginar su estupefacción, al llegar al prado y ver que habían desaparecido los demás pavos. Miraron en derredor: no había una alma. Alzaron sus ojos hasta la casa, pero tampoco vieron a nadie. Inmediatamente pensaron que también les habían robado los otros pavos; puede, por tanto, imaginarse su estado de ánimo al entrar en casa. Apenas pasaron el umbral, exclamaron con pena: -íMamá, no están los pavos! -Margarita los miró sonriente. Ellos, sospechando mejores noticias, corrieron a su lado: -Por qué se ríe? -Porque los pavos los he recogido yo; vosotros hacéis las cosas sin pensar. Para otra vez no os fiéis de vuestro juicio; ((**It1.80**)) pedid antes consejo a quien sabe más que vosotros y no tendréis que arrepentiros después. De esa manera no venderéis un pavo por veinticinco céntimos, ni correréis el riesgo de perder los demás. Y, por otro lado, qué habríais hecho vosotros solos, tan pequeños, de haber encontrado al ladrón? No quiero pasar por alto esta observación: quién podía conjeturar entonces que la divina Providencia destinaba a Juanito para ser su tesorero y administrar enormes sumas de dinero en favor de tantas y tan diversas obras de caridad? Algún tiempo después, mientras guardaba los pavos en el prado, se dio cuenta Juanito de que le faltaba uno. No había visto acercarse a nadie; pero, echando una mirada alrededor, descubrió a un individuo con barbas, alto de estatura, que pasaba por allí, con la indiferencia de quien no se preocupaba del pastor. Pero el pastorcillo, razonando consigo mismo, llegó a la conclusión de que el desconocido podía ser el ladrón. No había señal alguna de que aquel tipo llevara consigo el pavo que faltaba. Sin embargo, Juan estaba tan convencido de ello que salió al camino, corrió tras él y con la osadía de quien está seguro de sí mismo, le apostrofó: -Si no me devuelve el pavo, no le dejaré seguir adelante. -El forastero le miró con cara de pocos amigos y respondió: -Te has vuelto loco? íVete a jugar y que te diviertas! -Pero Juan insistió: -No me ha oído? íVenga el pavo! Le digo que usted me lo ha robado. -El forastero, desabrochándose la chaqueta, preguntó: -íDónde quieres que lo haya metido: -Juan no se dio por vencido: -Yo no digo que lo lleve encima, pero quiero el pavo. -Y el tipo aquel añadió: -Veo que estás de broma y eso no está(**Es1.80**))
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