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((**Es1.76**) de un vidrio roto, de un descosido en la ropa, de una silla que se cae, se ponen furiosos, apostrofan, golpean a sus hijos, como si hubiesen cometido un grave delito. Y los hijos se asustan, lloran, se irritan, odian y acaban a veces por rebelarse contra la autoridad del padre o de la madre. No reflexionan en que, además, se falsea la conciencia de los hijos.Porque, a veces, les toleran, o a lo sumo les castigan levemente, por una mentira, una riña, unas palabras inconvenientes, unas desobediencias; y, en cambio, por un peuqeño daño material, les castigan con una furiosa tempestad de palabras y golpes que, muchas veces, son ocasión de escándalo y de ofensa a Dios. íQué necedad comparar y anteponer un pequeño daño material a las faltas contra la ley del Señor! Sin embargo, aunque Margarita amaba mucho a sus hijos, no les hacía demostración alguna de empalagoso afecto; se preocupaba, por el contrario, de acostumbrarles a una vida sobria, laboriosa y dura. Así crecieron robustos. Las largas caminatas no les cansaban: para ellos no había distancias. Muchas veces, cuando Juan estaba en el Colegio Eclesiástico, salía de Turín a las dos de la tarde y llegaba tranquilo a Castelnuovo de Asti a las ocho. Para el desayuno no quería que se acostumbraran a tomar ningún companaje, ni fruta, a pesar de vivir en el campo; ni café con leche. Les preparaba una rebanada de pan y quería que la comiesen así, a secas. ((**It1.76**)) De esta manera les acostumbró a que no les importara nada carecer de companaje en el desayuno. Y así solía hacer con Juan cuando volvía de la escuela a vacaciones y, más tarde, cuando ya era seminarista. Aunque en el seminario dormía sobre colchon, en casa ella le preparaba la cama con un simple y duro jergón. Y le decía: -Es mejor que te acostumbres a dormir con un poco de molestia; porque a las comodidades nos acostumbramos pronto. -Y durante los cuatro meses de vacaciones, ésta será siempre su cama. Hacía que su mismo hijo envolviera al colchon en un cobertor y lo guardara hasta el comienzo del nuevo curso escolástico. -No sabes lo que será de ti el día de mañana -le decía-; quién sabe el destino que te reserva la Providencia; te conviene, pues, estar acostumbrado a las privaciones. Aun durante el sueño quería que experimentasen alguna mortificación. <>, decía, <>. Muchas veces, por la noche, ocupado en los preparativos que la hospitalidad cristiana exigía, en favor de algún pobre que no había encontrado acogida en ningún otro sitio, los hacía estar en pie hasta(**Es1.76**))
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