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((**Es1.74**) amontonando a algunos viejos que, por aquellos tiempos, aun llevaban una larga coleta, lustrosa y atada con una cinta, le decían: -íMamá!, mire a Santiago (era el buen vejete, el Néstor de la aldea): cuándo nos hará a nosotros una trenza sobre las espaldas? -Vosotros ya tenéis bastante con los rizos, con lo que el buen Dios os ha querido adornar. Os gusta ir guapos, verdad? -íClaro que sí! -Pues escuchadme. Sabéis por qué os pongo estos trajes tan bonitos? Porque hoy es domingo; y es muy justo que mostréis externamente la alegría que debe sentir todo cristiano en este día; y también porque deseo que la limpieza del vestido sea imagen de la hermosura de vuestra alma. De qué serviría ir bien vestidos, si el alma estuviera manchada con el pecado? Procurad, por tanto, merecer las alabanzas de Dios y no las de las hombres, que sólo sirven para haceros ambiciosos y soberbios. Dios no tolera a los ambiciosos y soberbios, y los castiga. Os han dicho que parecéis ángeles: pues bien, ángeles tenéis que ser siempre, especialmente ahora que vamos a la iglesia; ángeles de rodillas, sin ((**It1.73**)) mirar a un lado y a otro, sin charlar, y rezando con las manos juntas. Jesús estará contento al veros tan devotos delante del sagrario y os bendecirá. Con estas lecciones de limpieza y buena compostura les acostumbró a saber respetarse a sí mismos y a los demás. Juán llegó a tener tanto cuidado de la limpieza de sus vestidos que, aún en edad avanzada, no se le veía una mancha, a costa del trabajo de revisar con frecuencia su sotana y su balandrán, lo que le permitía poder entrar en cualquier palacio, casa o lugar, donde era bien recibido hasta por las personas más exigentes. El orden externo en su persona era el indicio del orden admirable que reinaba en su alma. Margarita de preocupaba de que sus hijos se acostumbrasen a obrar siempre con reflexión, poque el descuido, aun sin culpa, es fuente de daños morales y materiales. Tenía Juan ocho años, cuando un día, mientras su madre había ido a un pueblo cercano para sus asuntos, quiso alcanzar algo que estaba colocado en un sitio alto. Como no llegaba, puso una silla y, subido en ella, chocó con la aceitera. La aceitera cayó al suelo y se rompió. Lleno de confusión, trató el niño de poner remedio a la fatal desgracia fregando el aceite derramado; pero, al darse cuenta de que no lograba quitar la mancha y el olor, pensó cómo evitar a su madre aquel disgusto. Cortó una vara del seto vivo, la preparó bien, escamondó con gracia la corteza y la adornó con dibujos lo mejor que supo. Al llegar la hora en que sabía que tenía que volver su madre, corrió a su encuentro hasta el fondo(**Es1.74**))
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