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((**Es1.67**) Margarita comenzaba en voz alta las oraciones. Acabado el acto de contrición, se rezaba el Padrenuestro. Pero al llegar a las palabras: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, Margarita suspendía las oraciones y dirigiéndose a Antonio le decía: -No digas las palabras: Perdónanos nuestras deudas; esas palabras no debes decirlas. -Y por qué? íSi son del Padrenuestro! -Pero tú no debes decirlas. -Qué deberé decir entonces? -Lo que quieras, ípero esas palabras, no! -íVaya! Y por qué? ((**It1.63**)) -Por qué? Con qué valor te atreverás a pronunciarlas, si no quieres perdonar a tus compañeros, si les guardas rencor, después de haberles descalabrado? No tienes miedo de que el Señor te castigue mientras pronuncias tales palabras, que en tu boca son una mentira, un insulto a Dios, ya que no quieres perdonar? Y, cómo puedes esperar que el Señor te perdone a ti, si tú te niegas obstinadamente a perdonar a los demás? -Estas y semejantes expresiones salidas del corazón, inspiradas en el deseo de hacer el bien a aquella alma y de reconciliarla con Dios, dichas de forma que conmovían, obtenían generalmente su efecto. Antonio terminaba diciendo: -Sí, mamá, he faltado, perdóneme. -Y el perdón llegaba en seguida. A pesar de todo, más de una vez Antonio, reprendido o contrariado por algún capricho, montaba en cólera de tal manera, que no era capaz de escuchar la voz del deber. Con los puños cerrados y los brazos en alto se lanzaba contra Margarita casi hasta golpearla en el pecho, gritando: íMadrastra!, o barbotando otras palabras poco respetuosas. Margarita, mujer robustísima, habría podido con cuatro guantazos hacerle tragar sus palabras y mantenerlo a raya. Pero no, retrocedía unos pasos, miraba a su hijastro de forma tan penetrante que le frenaba de inmediato, a la vez que los dos más pequeños se colocaban en medio y la rodeaban diciendo: -No, mamá, no tenga miedo. íAntonio, cálmate! -Y Margarita le decía: -Mira, Antonio, te he llamado hijo y cuando lo he dicho una vez, lo he dicho para siempre. Eres mi hijo, porque lo eres de Francisco, tu padre, porque tu padre te entregó a mí y porque yo te quiero como tal. Ya ves que, si quisiera, podría pegarte hasta obligarte a ceder. Pero no quiero. He determinado no vencer nunca a mis hijos con la fuerza material, sino sólo ((**It1.64**)) con la fuerza moral. Tú eres mi hijo y no quiero pegarte. Tú puedes comportarte como quieras, pero la culpa es tuya.(**Es1.67**))
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