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((**Es1.407**) Los elogios que don Bosco hace de José Burzio redundan en su gloria, no sólo porque reflejan su propia vida, sino también porque nos recuerdan la intimidad que Burzio tuvo con Juan y la veneración que le tenía, hasta el punto de que, con mucho placer, hubiera querido que también él entrara en el Instituto de los Oblatos de María. En efecto, don Bosco buscaba siempre una orden religiosa a la que poder dar su nombre. Le parecía que el Señor le llamaba a ese estado. Deseaba ardientemente ser religioso para obedecer: la idea de ser libre y mucho más la de mandar le aterrorizaba. Por eso hablando con frecuencia sobre la vocación religiosa ((**It1.512**)) con Burzio, con quien tenía mucha confianza, éste suscitó en su corazón cierto deseo de hacerse también Oblato. Y habiendo ido algunas veces a Turín para visitar al amigo en el convento de la Consolata, entregado a los Oblatos por monseñor Fransoni el 1833, y rezar en aqeulla iglesia tan célebre por la devoción de los turineses, Burzio le puso en relación con sus superiores, que trataban de ganárselo y le escribieron a ese propósito; pero él no se resolvió a secundar su invitación. Con todo continuaron sus amigables relaciones con el P. Félix Giordano, el cual en una carta de 1888 a don Miguel Rúa manifestaba su amor, adhesión y veneración por su antiquísimo amigo don Bosco; igualmente con los padres Balma y Barchialla, que fueron después Arzobispos de Cágliari, y con el padre Dadesso y otros oblatos. Tuvo, pues, ocasión de conocer a fondo la historia, el espíritu, y las reglas de este instituto. Su fundador Pío Brunone Lanteri, falleció en 1830. Fue de un celo infatigable por la salvación de las almas; fundador de piadosas asociaciones muy florecientes, encaminadas todas a poner un dique al mal que serpenteaba por doquiera, a educar a la juventud piamontesa en los sanos principios de la fe y la moral y en la devoción a la causa monárquica; a difundir ampliamente libros de sana doctrina y de piedad cristiana. Fue un santo ministro del Señor, cuyo amor al Papa era vida de su vida. Durante todo el tiempo que Pío VII estuvo prisionero en Savona, él con gran peligro suyo, transmitía ocultamente al Pontífice documentos importantísimos para el gobierno de la Iglesia y generosos donativos que recogía en Turín; caído en sospecha de la policía napoleónica sufrió dos minuciosas inspecciones domiciliarias, aunque sin resultado, y confinamiento de cuatro años en su quinta de Bardassano. Fue un escritor docto y popular que difundió entre el pueblo muchos opúsculos, impresos o en copias cuando no ((**It1.513**)) era prudente mandarlos imprimir, para mantener vivo en los fieles el amor, la veneración, la obediencia al Papa, haciendo conocer su dignidad, sus prerrogativas (**Es1.407**))
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