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((**Es1.398**) Como Dios quiso, preparó la cena, cenaron y luego fueron a acostarse. Había dos camas en la misma habitación, pero sólo con sábanas y colcha. Los dos compañeros se acostaron; el aire de la montaña en aquella estación no era, por cierto, templado. El frío no les dejaba dormir, de modo que al cabo de un rato preguntó el uno al otro: ->>Duermes? -Y el otro respondió: ->>Estás despierto? ->>Hace calor? ->>Hace frío? -íDuerme, si puedes! -íDescansa, sí eres capaz! - Y llegaron las carcajadas. El párroco que oyó el diálogo, se levantó, tomó unas mantas y se las echó encima. Tan sólo al amanecer empezaron a entrar en calor y conciliar el sueño. Don Bosco contó muchas veces a sus jóvenes esta famosa excursión, amenizando la narración; pero calló una circunstancia que nos fue descubierta por su amigo don Giacomelli; a saber, que los dos párrocos, en cuya casa se alojó, al oírle hablar con tanta precisión, sensatez y erudición, acabaron diciendo: -Este seminarista llegará a ser algo grande, algo extraordinario. No nos parece fuera de propósito añadir que don Bosco, tanto entonces como después, en las muchas casas donde hubo de hospedarse, nunca manifestó descontento, pretensiones o disgusto. Para él todo estaba bien. Descortesías, olvidos, imprevistos, descuidos, incomodidades, habitaciones calurosas en verano o sin calefacción en lo más crudo del invierno, tardanza en preparar la comida, alimentos que no convenían a su estómago, conversaciones hasta muy tarde estando cargado de sueño, todo lo recibía bien, sin manifestar jamás hastío o impaciencia ((**It1.499**)) o dejar escapar una palabra de queja. Siempre del mismo talante, no desaparecía de sus labios la sonrisa afectuosa, que manifestaba su completa satisfacción, igual que solía hacer cuando era recibido por sus bienhechores y amigos con exquisitas atenciones y larguezas. Atribuía siempre a caridad cristiana cuanto por él se hacía y su conversación, siempre amena y con un fin espiritual, sus cordiales palabras de agradecimiento y las promesas de oraciones, mantenían vivo en sus huéspedes el deseo de recibirlo otras veces. A la vuelta de esta excursión le tocó a Juan ir a Bardella, con su párroco, para prestar el servicio de subdiácono en aquella iglesia el día de la fiesta. Había además aquel año un banquete nupcial, al que asistieron el párroco y el prioste de la fiesta; pero Juan, fiel a su propósito, se volvió a casa. Terminado el banquete, con el desorden y alboroto de costumbre, fue invitado el párroco a ir a casa del prioste. Allí fue, mas he aquí que sufrió un síncope la esposa, y se cambió en luto la alegría general. Se prestaron todos los auxilios posibles, pero (**Es1.398**))
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