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((**Es1.381**) sacerdote. -Bien, le dijo Juan; haz como quieras, en todos los estados puede uno salvarse, con tal que se viva como buen cristiano. Pero acuérdate de remediar siempre los males que veas en los demás, ten cuidado de que el corrompido no eche a perder al que se conserva sano, y trata de salvar las almas en el estado a que el Señor te destina con tu buen ejemplo y tus consejos. Opónte siempre a las malas conversaciones y las blasfemias y avisa a los deslenguados, especialmente si hay niños presentes, para que éstos no reciban escándalo-. No olvidaba Juan entretanto al párroco don Comollo e iba con frecuencia a Cinzano para consolarse mutuamente, repitiendo cuanto sabían de las ((**It1.476**)) amables virtudes del sobrino y del amigo. Y empezaba Juan a compilar los primeros datos con la intención de hacerlos imprimir, para perpetuar la memoria de aquel joven angelical; y, al mismo tiempo, para secundar la invitación del venerado sacerdote, que tanto afecto le demostraba, dirigía a sus feligreses una plática en alguna de las fiestas. En medio de todas estas ocupaciones, a las que añadía el constante servicio a las funciones parroquiales, tenía también una agradable satisfacción visitando afectuosamente al querido don Cafasso, que iba por otoño a pasar algunas semanas en Castelnuovo para descansar de sus trabajos sacerdotales de la clase de moral, en el convictorio de San Francisco de Asís en Turín, que le había sido encomendada en 1839. <>1. Y el umbral de aquella puerta bendita, lo mismo en Castelnuovo que en Turín, fue desgastado por los pies de nuestro Juan. El buen clérigo escuchaba con avidez las palabras del santo sacerdote, su bienhechor, cuyos sentimientos concordaban perfectamente con los suyos. No debermos también admitir que la alegría de don Cafasso por la canonización de San Alfonso María de Ligorio, que tuvo lugar aquel año, se transfundiría en el corazón de Juan? Esta apoteosis presentaba al episcopado un modelo de obediencia a al Santa Sede y hacía brillar con vivísma luz una antorcha de ciencia moral católica, que disipara las tinieblas desesperantes del jansenismo. El amor y la confianza en Dios, la unión con su Vicario en la tierra, debían preparar a los fieles para la lucha del bien contra el mal, que sin tregua preparaba sus armas para destruir el orden religioso, moral y social ((**It1.477**)). En efecto, el 1839 empezaron los congresos de los doctos en Pisa, 1 Eclesiástico, VI, 36. (**Es1.381**))
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