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((**Es1.375**) volvía en sí enseguida, y jovial y sonriente respondía: -Por Jesús Crucificado-. >>En semejante estado, sin proferir siquiera un lamento a causa de la intensidad del dolor, pasó la noche entera y casi todo el día siguiente. De cuando en cuando se ponía a cantar con voz perfectamente normal y tan entonada que se le hubiera creído en perfecta salud. Cantaba el Miserere, las Letanias de la Virgen, el Ave maris stella y cantos espirituales. Pero, dado que el cantar le fatigaba, se probó sugerirle alguna jaculatoria; de este modo dejaba el canto y recitaba lo que se le sugería. >>A las siete de la tarde del día uno de abril, como empeorase a ojos vistas, el director espiritual estimó oportuno administrarle los Santos Oleos. El, que poco antes parecía agonizar, se reanimó completamente. Respondió a todas las oraciones y preces del ritual. Lo mismo sucedió a las once y media, cuando el señor canónigo Sebastián Mottura, al observar que un frío sudor iba cubriendo su pálido rostro, le impartió la bendición papal. >>Después de administrarle todos los auxilios de nuestra santa religión, ya no parecía un enfermo, sino una persona que estaba ((**It1.468**)) descansando en cama. Se mostraba completamente dueño de sí mismo, sosegado, tranquilo, muy alegre. No hacía más que musitar jaculatorias a Jesús Crucificado, a María Santísima y a los santos; tanto que el señor rector hubo de decir: -No necesita que le recomienden el alma; lo hace por sí mismo. -A media noche, con voz robusta entonó el Ave maris stella, y siguió hasta la última estrofa sin parar, aunque los compañeros le rogaban que no se cansara. Estaba tan absorto en sí mismo, y en su rostro se reflejaba un aspecto tal de paraíso que parecía un ángel. Preguntado por un compañero: -Qué es lo que más te consuela en este momento? -Haber hecho algo por amor de María y haber frecuentado la santa comunión, respondió. >>A la una y media, después de ia medianoche del dos de abril, aunque conservaba su acostumbrada serenidad, de repente se le vio muy decaído, hasta el punto que parecía fallarle la respiración. Poco después se repuso un tanto, recogió todas las fuerzas que le restaban y, con voz entrecortada, con los ojos elevados al cielo, prorrumpió en tales actos de amor y confianza en María, que todos los presentes estaban conmovidos hasta las lágrimas. Al ver que el pulso le fallaba, me persuadí de que se acercaba el momento en que debía abandonar el mundo y los compañeros y así empecé a sugerirle cuanto se me ocurría en circunstancias de tanta trascendencia. El, muy atento a cuanto se le decía, con la sonrisa en los labios, conservando (**Es1.375**))
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