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((**Es1.343**) otra vez con ellos. Entonces aquel Personaje le presentó a una nobilísima Señora que se adelantaba, y le dijo: -Esta es mi madre; entiéndete con ella. -La Señora, dirigiéndole una mirada llena de bondad le habló así: -Si quieres ganarte a estos pilluelos, no has de presentarles cara con golpes, has de atraerlos con dulzura y persuasión. - Y entonces, como en el primer sueño, vio que lo muchachos se transformaban en fieras y después en ovejas y corderos, que él tomó como pastor por orden de la Señora. Era el pensamiento del profeta Isaías convertido en visión: <>.1 Quizá vio esta vez el Oratorio con todos sus edificios, dispuestos para recibirle con todos sus pilluelos. En efecto, don Bosio, natural de Castagnole, párroco de Levone Canavese y compañero de don Bosco en el seminario de Chieri, cuando estuvo por primera vez en el Oratorio en 1890, al llegar al patio acompañado por los miembros de capítulo superior de la Pía Sociedad de San Francisco de Sales, dando una mirada alrededor y observando los múltiples edificios, exclamó: -Nada de todo esto que ahora veo me resulta nuevo. Ya don Bosco me lo había descrito en el seminario como si hubiera visto con sus propios ojos lo que contaba y como yo veo ahora que realmente es. - Y mientras hablaba se conmovía profundamente con el recuerdo del ((**It1.426**)) compañero y amigo. También el teólogo Cinzano aseguraba a don Joaquín Berto y a otros, que el joven Bosco le había asegurado, siendo aún seminarista, que un día tendría sacerdotes, clérigos, jóvenes estudiantes y obreros y una preciosa banda de música. Al llegar aquí no podemos menos de fijar nuestra mirada en el progresivo y racional sucederse de los varios y sorprendentes sueños. A los nueve años Juan Bosco tiene conocimiento de la grandiosa misión que le será confiada; a los dieciséis oye la promesa de los medios materiales indispensables para albergar y alimentar a jóvenes sin cuento; a los diecinueve un imperioso mandato le da a entender que no es libre de rehusar la misión encomendada; a los veintiuno se le manifiesta la clase de jóvenes de cuyo bien espiritual deberá especialmente cuidarse; a los veintidós se le señala una gran ciudad, Turín, en la cual deberá empezar sus trabajos apostólicos y sus fundaciones. Y no terminan aquí, como veremos, las misteriosas 1 Isaías, XLIII, 20. (**Es1.343**))
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