Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es1.338**) Morialdo un escritorio y una mesa con algunas sillas, que recuerdan las obras maestras de aquellas mis vacaciones. Me ocupaba también en segar hierba en el prado, en recoger el trigo en el campo, en deshijar las vides, vendimiar, y cosas semejantes. Ya me había ejercitado en esta clase de trabajos durante las vacaciones anteriores. Me ocupaba también de mis jóvenes de siempre, pero esto no lo podía hacer más que en los días festivos. Los reunía en la era por la tarde y después de jugar un rato, les hacía una breve plática. Experimenté una gran satisfacción enseñando el catecismo a muchos amigos míos que tenían ya sus dieciséis o dieciocho años y estaban en ayunas de las verdades de la fe. Igualmente me puse a enseñarlos y con buen resultado, a leer y escribir, ya que el deseo, más diré, la fiebre de aprender me traía jovencitos de todas las edades. Las clases eran gratuitas, pero les exigía asiduidad, atención y confesión mensual. Al principio hubo algunos que, por no someterse ((**It1.418**)) a estas condiciones, dejaron la clase. Esto sirvió de escarmiento y animó a los otros. >>Cuando hace poco decía que las vacaciones son peligrosas, me refería precisamente a mí. A un pobre clérigo le sucede a menudo, encontrarse sin darse cuenta en graves peligros. Soy testigo de ello. Un año fui invitado a un banquete en casa de unos parientes. No quería ir, pero como adujeran que allí no había ningún clérigo para ayudar en la iglesia y un tío mío insistiera, condescendí y fui. Terminadas las funciones sagradas, en las que tomé parte ayudando y cantando, fuimos a comer. La primera parte de la comida transcurrió sin el menor incidente; pero cuando el vino empezó a hacer sus efectos, comenzaron a sonar ciertos vocablos que un clérigo no podía tolerar. Intenté hacer alguna observación, pero mi voz quedó ahogada. No sabiendo qué partido tomar, opté por ausentarme; me levanté de la mesa y tomé el sombrero para irme, pero mi tío se opuso. Otro empezó a hablar peor y a insultar a todos los comensales. De las palabras se pasó a los hechos: alborotos, amenazas, vasos, botellas, platos, cucharas, tenedores y, al fin, los cuchillos fueron haciendo acto de presencia hasta producir una horrible batahola. En aquel momento yo no tuve más recurso que poner pies en polvorosa. Al llegar a casa renové de todo corazón el propósito ya hecho varias veces, de vivir retirado, si no quería caer>>. Cuánta razón tiene el Espíritu Santo cuando dice: <(**Es1.338**))
<Anterior: 1. 337><Siguiente: 1. 339>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com