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((**Es1.276**) clases. Una vez en el puesto que le habían señalado, no se levantaba sino para aquello que el deber le prescribía. >>Es costumbre de los estudiantes pasar el tiempo de entrada con bromas, juegos y saltos peligrosos. Los más disipados y menos amigos del estudio se entregan de lleno a esas cosas y son los que se hacen más célebres. Invitaban también a esto al modesto jovencito, pero él se excusaba siempre diciendo que no tenía práctica ni habilidad para aquellos juegos. Pero un día cierto compañero insolente se le acercó mientras él, sin preocuparse del griterío de los demás, leía o estudiaba. Le tomó por un brazo, con palabras y sacudidas violentas, pretendiendo obligarlo a tomar parte en aquellos saltos descomedidos que se hacían en el aula. -No sé, respondió el otro humildemente y mortificado, no sé; nunca he jugado a estos juegos; no tengo práctica y me expongo a hacer el rídiculo. -Pues has de venir; de lo contrario, te obligaré a patadas y bofetones. -Puedes pegarme lo que quieras, pero no sé, no puedo y no quiero. >>El mal educado y perverso condiscípulo, agarrándolo por el brazo, lo arrastró y le ((**It1.334**)) dio un par de bofetadas, que resonaron por toda el aula. Ante aquel espectáculo, sentí hervir la sangre en mis venas, y esperaba que el ofendido lógicamente se vengase; tanto más cuanto que el ultrajado era mucho mayor que el otro en estatura y en edad. Pero cuál no fue mi maravilla, cuando el joven desconocido, con la cara enrojecida y casi lívida y dando una mirada de compasión a su confesor, le dijo solamente: -Si con esto quedas satisfecho, dalo por terminado; yo te perdono.- Aquel acto heroico despertó en mí el deseo de saber su nombre: era Luis Comollo, sobrino del cura de Cinzano, de quien tantos encomios se habían oído en la pensión de Marchisio>>. Luis Comollo había nacido el 7 de abril de 1817 en la aldea llamada Apra del ayuntamiento de Cinzano, en donde era párroco don José Comollo, tío suyo paterno, docto y santo eclesiástico. Desde niño había demostrado gran inclinación a la piedad; chiquito todavía, reunía los días festivos durante las horas de recreo a algunos de sus paisanos para contarles ejemplos edificantes; a los diez años se había ganado tanta estima de los aldeanos, que, si alguno se atrevía a pronunciar en su presencia palabras obscenas, le decían: -íCalla, que te oye Luis! -Cuando llevaba el ganado a pastar él solo o con otros pastorcillos, leía libritos espirituales y a veces los invitaba a rezar o a cantar letrillas piadosas. Honraba a la Virgen dejando algo de la comida o de la fruta que le daban, diciendo: -Esto hay que regalárselo a María. -El día de su primera comunión regaló un (**Es1.276**))
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