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((**Es1.250**) calmaste el hambre. Tú has sido en manos de la divina Providencia uno de los primeros bienhechores del pobre don Bosco -Y dirigiéndose a los sacerdotes que le acompañaban, exclamó presentándome: -íSeñores he aquí uno de mis primeros bienhechores! - Y después de haber contado el suceso, añadió: -Me interesa mucho que sepas que recuerdo siempre el bien que me has hecho. -Y estrechándome la mano añadió: -Siempre que tengas que ir a Turín, acércate a comer a mi casa. Como diez años después, en el 1886, habiendo oído Blanchard noticias poco agradables sobre la salud de don Bosco, se decidió a ir a Turín y se presentó en el Oratorio. El portero, al verle entrar lo detuvo, y preguntándole qué deseaba, le dijo: -Hoy no se puede hablar con don Bosco. A lo que repuso Blanchard: -Está o no está don Bosco en casa? -Está en casa, pero no da audiencia, porque no se encuentra bien, replicó el portero. -Eso no importa; tiene que recibirme, íporque me ha dicho mil veces que viniera! ((**It1.300**)) -Así será, dijo el portero sin descomponerse; pero hoy no puedo dejar entrar a nadie: la orden es igual para todos. -Sí, para todos, menos para mí, que soy su amigo desde la infancia. íNo me dé usted ese disgusto! Además, si no se encuentra bien, es un motivo más para que yo lo vea. Ante la ingenua insistencia, el portero avisó por teléfono que un forastero deseaba ver a don Bosco, y la respuesta fue que entrara. Al llegar el buen anciano a la antesala, tuvo un nuevo altercado con el secretario, el cual pretendía presentarlo a don Rúa; cuando he aquí que se abre la puerta y aparece el mismo don Bosco; había reconocido por la voz a Blanchard, y salía andando con trabajo para sacarlo de apuros. Estrechó su mano, le hizo entrar y sentarse a su lado, le preguntó por su salud, por su familia, por sus negocios y luego con acento de la más viva gratitud le dijo: -Hace tantos años que nos conocemos; estoy viejo y enfermizo, pero nunca olvido lo que hiciste por mí en los años de nuestra juventud. Rezaré por ti y tú no olvides al pobre don Bosco. Después de media hora, viendo que se fatigaba, Blanchard se retiró; pero don Bosco recomendó que le acompañaran al refectorio y, como él no podía bajar aquel día, quiso que su amigo ocupara su puesto en la mesa en medio de los superiores. Allí contó el buen hombre lo que le había costado llegar hasta don Bosco y las palabras de reconocimiento que éste le había expresado. (**Es1.250**))
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