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((**Es1.228**) A veces se les antojaba alargarse hasta Turín para ver el caballo de bronce de la plaza de San Carlos, o el de mármol en la escalinata del palacio real. Salían de Chieri, como quien va a conquistar el mundo, con un pedazo de pan en el bolsillo; al llegar a Turín se porveían de condumio con cuatro perras de castañas. Iban al lugar proyectado, daban un vistazo a la estatua, visitaban una iglesia y se ponían en camino de vuelta, la mar de satisfechos. íQué poco necesitan para divertirse los corazones sencillos e inocentes! Aquel año hubo dos sucesos extraordinarios que atrajeron a la capital del Piamonte a las gentes de los pueblos circunvecinos. El primero de abril, monseñor Luis Fransoni, elegido arzobispo de Turín por Bula del 24 de febrero, tomaba posesión de su nueva sede con solemnísima pompa. Más tarde, en el mes de julio, se entregaba al santuario de Nuestra Señora de la Consolata una estatua de plata de la Virgen con el Niño Jesús en los brazos, que el rey Carlos Félix ((**It1.268**)) había encargado a relevantes artistas, poniendo de su parte lo que faltó a los donativos de los fieles; y a la par, dos coronas de oro, regalo de la reina viuda María Cristina. íFue un espectáculo de devoción cuando la sagrada imagen brilló por vez primera a los rayos del sol en la procesión anual, que todavía se puede considerar como la fiesta de todo el Piamonte! Juan no podía faltar: él mismo nos contó cuán querido le era el santuario de la Consolata o de Nuestra Señora del Consuelo. Nunca olvidaba aquellas palabras de su madre, cuando lo llevó a las escuelas de Castelnuovo:<<-íQue seas devoto de la Virgen!>> -Las preferencias de Juan en Chieri estuvieron por la iglesia de Santa María de la Escala, popularmente llamada la Seo, la más espaciosa de todas las catedrales del Piamonte por la amplitud y magnificencia de sus tres naves, flanqueadas por veintidós altares en espléndidas capillas. Por allí, bajo las altas y antiquísimas bóvedas, avanzaba Juan infaliblemente, mañana y tarde, e iba a arrodillarse ante la imagen de Nuestra Señora de las Gracias, para rendirle homenaje de afecto filial y alcanzar los favores necesarios para salir airoso en la misión que Ella misma le había confiado. Mientras fue estudiante en Chieri, perseveró fielmente en esta piadosa práctica. Otra razón y no pequeña para frecuentar esta iglesia, aún a otras horas, debió ser para él la presencia y compostura angelical del seminarista José Cafasso cuando servía al altar en las funciones solemnes, y su admirable caridad enseñando el catecismo a los niños. Durante el mes de mayo, para ofrecer a su madre celestial el más grato ramillete de flores, reunía a los muchachos más traviesos y los (**Es1.228**))
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