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((**Es1.169**) amistad los amigos de su madre; pero, al darse cuenta de que allí era una carga, ya que no podía proporcionar ninguna utilidad con su trabajo, a causa de la estación, había vuelto a Morialdo. Sea ello como fuere, es el hecho que ahora se dirigió a Moriondo, donde habitaba otra familia de conocidos. También aquí suplico le dieran un puesto con que ganrse el pan; pero fue inutil. Oyeron sus apuros, compadecieron aquel su drama que le obligaba a buscar albergue, pero no le recibieron. No le quedaba más esperanza que la granja de los Moglia. Allí llegó al atardecer. De buenas a primeras se encontró con un tío paterno del dueño, llamado José Moglia, que le dijo: -íHola!, adónde vas? - Voy buscando un amo para trabajar, respondió Juan. - íMuy bien!, íal trabajo!, ícon Dios! -replicó José despidiéndose. Juan quedó por un instante confuso, perplejo; pero después, cobrando ánimo, se adelantó hasta la era, donde estaba toda la familia Moglia preparando mimbres para las viñas. Apenas le vio el dueño, le preguntó: -A quién buscas, muchacho? - Busco a Luis Moglia. - Soy yo; qué deseas? - Me dijo mi madre que viniera a usted para hacer de vaquero. - Y quién es tu madre? Y por qué te manda fuera de casa tan pequeño como eres? - Mi madre se llama Margarita Bosco; como mi hermano Antonio me molesta y me pega continuamente, me dijo ayer: Toma este par de camisas y este par de pañuelos ((**It1.193**)) y vete a Bausone (caserío cerca de Chieri), busca una plaza de criado; y, si no la encuentras, vete a la granja Moglia, que está entre Mombello y Moncucco: pregunta allí por el dueño y dile que es tu madre quien te manda allí, y espero que te admitirá. - Pobre muchacho, respondió Moglia; no puedo tomarte como criado; estamos en invierno y el que tiene vaqueros, los despide; no solemos admitirlos hasta después de la fiesta de la Anunciación. Ten paciencia y vuélvete a casa. - Admítame por favor, exclamó el jovencito Bosco. No me pague nada, pero déjeme quedarme aquí con usted. - No quiero que te quedes; íno me sirves para nada! El jovencito se echó a llorar y seguía repitiendo: - Admítame, admítame...Me siento en el suelo y de aquí no me moveré...íNo, no me voy! - Y diciendo esto, se puso a recoger con los otros los mimbres esparcidos por la era. La señora Dorotea Moglia, conmovida (**Es1.169**))
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