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((**Es1.139**) cuales tenían la costumbre de encontrarse en casa de Margarita para darse el parte, y allí se detenían un buen rato para descansar de su caminata. Apenas llegaban, y tras los primeros saludos, preguntaban en seguida a Margarita por sus hijos. - José y Juan, están bien? - Y llamaban a José, hacia el que sentían gran simpatía. José corría rápido a darles la ((**It1.152**)) bienvenida y les hacía mil preguntas, porque le gustaba saber las noticias de la jornada, las aventuras que les habían sucedido y las circunstancias de los arrestos que habían tenido que hacer. Los guardias, al verle tan despabilado, de palabra tan fácil y, al mismo tiempo, tan contento de encontrarse en su compañía, se entretenían gustosos hablando con él. Con Juan no tenían demasiada familiaridad, porque no le agradaban las caricias, hablaba poco, no hacía preguntas y escuchaba atentamente, aunque sin hacer observaciones. Pero lo curioso era que muchas veces, en aquellos instantes, los bandidos se encontraban separados de los guardias tan sólo por una puerta o un tabique, o por una ventana que en lugar de cristales tenía papeles y así escuchaban toda la conversación de los que tenían órdenes de llevarlos a la cárcel. Hasta se dio el caso de un bandido sorprendido de improviso en la estancia, sin poder refugiarse en otro sitio. Los guardias se sentaban a veces a la mesa sobr la cual estaban ya preparados la salvilla y los vasos, y aguadaban a que Margarita les obsequiase con una botella de vino, mientras el bandido engullía en un rincón las últimas cucharadas de sopa; sin embargo, aunque muchas veces sabían quién estaba en aquel momento escondido en la casa, disimulaban y nunca intentaron el arresto, ya fuera porque sabían muy bien que Margarita socorría con su caridad a cualquier desventurado, sin acepción de personas y sin segundas intenciones, ya fuera por no comprometer a aquella buena familia con los embrollos de los tribunales; por otra parte, no resultaba cosa fácil echar la mano a hombres desesperados, armados hasta los dientes y prevenidos: antes de perder la libertad, habrían entablado ciertamente una lucha terrible y tal vez homicida: les interesaba, pues, esperar un momento mas oportuno y favorable. Por circunstancias imprevistas sucedió ((**It1.153**)) alguna vez que, a la par que los guardias entraban por una puerta, por otra entraban también los bandidos, los cuales se retiraban precipitadamente. Era imposible que los hombres armados no se dieran cuenta entonces de que había en la casa personas ajenas a la familia y que habían corrido a esconderse; ordinariamente le tocaba a José solventar el caso, mientras cazador y presa estaban a pocos palmos de distancia el uno de la otra. (**Es1.139**))
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