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((**Es1.129**) En el buen tiempo, en los días festivos, sobre todo, se reunían los del vecindario y no pocos forasteros. Y no sólo acudían los chavales, sino también los adultos y los ancianos. En estos casos la cosa tomaba un cariz más serio. Juan entretenía a todos con algúnn juego de los que habían aprendido de los charlatanes en las ferias. Había en I Becchi un prado, donde crecían entonces algunos árboles, entre ellos un peral. Ataba Juan a este árbol una cuerda y la anudaba a otro a cierta distancia; finalmente, ponía una silla y extendía una alfombra en el suelo para dar los saltos. Cuando todo estaba preparado en medio del círculo formado por la gente y el público ansioso por ver novedades, Juan invitaba a todos a rezar la tercera parte del rosario, tras la cual se cantaba una letrilla religiosa. Acabado esto, subía a la silla y decía: - Ahora escuchad el sermón que predicó esta mañana el capellán de Morialdo. Algunos daban señales de impaciencia, otros refunfuñaban por lo bajo diciendo que no tenían ganas de sermones, otros se disponían a marcharse durante el tiempo del sermón. Juan, subido a la silla, era como un rey sobre su trono y mandaba con tal resolución que hasta los viejos de setenta años se sentían movidos a obedecer. - íAh! os váis? - gritaba a los impacientes; idos en buena hora, pero recordar que, si volveís cuando esté haciendo los juegos, os echaré y os aseguro que no pondréis nunca los pies en mi prado. - Ante la amenaza, todos se conformaban y permanecían inmóviles y atentos a sus palabras. Entonces él empezaba la plática, o mejor dicho repetía cuanto recordaba ((**It1.140**)) de la explicación del Evangelio oído por la mañana en la iglesia, o bien contaba hechos y ejemplos leídos en algún libro. De vez en cuando los oyentes prorrumpían en exclamaciones como esta: - íQué bien habla! íCuánto sabe! - Y todos quedaban contentos. Acabada la plática, hacía una breve oración y en seguida daba comienzo a los juegos. El predicador se convertía en un saltimbanqui de profesión. Hacer la golondrina, ejecutar el salto mortal, caminar con las manos en el suelo y los pies en alto, echarse a continuación al hombro las alforjas y tragarse unas monedas para después sacarlas de la punta de la nariz de éste o del otro espectador, multiplicar pelotas y huevos, cambiar el agua en vino, matar un pollo para hacerle resucitar y cantar mejor que antes, eran juegos de todos los días. Andaba sobre la cuerda como por un sendero; saltaba, bailaba, se colgaba ora de un pie ora de los dos, ya con las dos manos ya con una sola. Su hermano Antonio también acudía a ver los juegos, pero nunca se ponía en las primeras filas, sino que se escondía tras un árbol o una pilastra, de modo que su (**Es1.129**))
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